Si cada persona compra un par de zapatos en 2016, deben estar disponibles 31 millones de pares, es decir, que diariamente se transarán 85 mil pares en promedio. Si cada quien se toma un litro de leche cada mes, habrá que disponer de 372 millones de litros este año por lo que habrá que ordeñarles 20 litros a 51 mil vacas al día. Para que cada persona se pueda comer 15 huevos al mes, que son 5 mil 650 millones en todo el año, se necesitan más de 15 millones de gallinas poniendo más de 7 millones diarios.
Tanto las gallinas como las vacas deben ser alimentadas, vacunadas y reproducidas todos los días. La leche debe ser procesada y envasada así como los huevos recogidos y empacados. Todos los productos deben ser distribuidos a las 1.136 parroquias que ocupan casi un millón de kilómetros cuadrados. Todos estos productos requieren empaques que después se convertirán en basura que habrá de ser recogida y dispuesta.
A medida que se recorren las redes de cada producto, alimento o servicio nos podemos imaginar un sistema que requiere planificación, inversiones, terrenos, construcción, fábricas, transporte, vías, energía, aguas blancas y tratamiento de residuales, servicios financieros, comunicaciones y tecnologías, mantenimiento, mano de obra y profesionales de múltiples carreras y niveles, controles sanitarios y de calidad y un grandísimo etcétera.
Si a los productos mencionados que son de consumo básico y casi ineludible, seguimos sumando productos y servicios menos vitales, el sistema sigue complicándose y generando más y más jugadores e interacciones.
Si la economía cuenta con múltiples oferentes compitiendo por vender, la diversidad y cantidad de la oferta debería empoderar al consumidor y brindar mayor calidad a mejores precios (y millones de empleos, movilidad y oportunidades). Cuando la oferta recae en pocas manos, el poder pasa a los productores que fijarán precios más altos y, eventualmente, descuidando la costosa calidad (y generando empleos menos competitivos).
Como todo este proceso económico ocurre conectado con el resto del mundo, se hacen indispensables, entre otras, adecuadas políticas monetarias, fiscales y arancelarias para propiciar y regular la competencia entre productores nacionales y entre éstos y los foráneos. Por ejemplo, si nuestra moneda está sobrevaluada, se incentiva la importación porque monedas fuertes encarecen lo nacional. Inversamente, las monedas artificialmente desvaloradas, hacen más atractiva la producción autóctona a la vez que encarecen lo que no somos capaces de producir acá.
Los impuestos que genera la economía deberían sobrar para cubrir el costo de la operación del estado y de sus gobiernos (nacionales, estatales y municipales) que se deberían ocupar primordialmente de apoyar el sistema con incentivos a la competencia, regulaciones y controles de calidad. También, hacer inversiones en educación, salud, seguridad y en la construcción y mantenimiento de infraestructuras básicas y, en sociedades desiguales como la nuestra, ofrecer apoyos concretos que garanticen una vida digna a los menos preparados para aprovechar el sistema (sin anularlos) mientras los compromete y los ayuda a sumarse al desarrollo.
En la Venezuela de las últimas décadas, un estado dueño de la producción petrolera, más que usarla como respaldo provisional, ha invertido mal para tratar injustamente de ser un aventajado empresario. Ese poder económico, más allá de distribuir ayudas, ha sido el combustible de un despreciable y descarado chantaje electorero (la cosificación de la política he oído recientemente).
El gobierno de los pasados 17 años, ha abusado de estas circunstancias. Por un lado, ha querido jugar directamente en casi todos los sectores siguiendo principios ideológicos de su anticuado e inefectivo modelo y, por la otra, ha mantenido tipos de cambio artificiales que privilegian sus propias y poco transparentes importaciones. Una nunca fuerte producción nacional no ha parado de recibir amenazas, empujones y grandes golpes y se encuentra arrinconada desde hace más de una década.
Así, se ha estrangulado a la inversión privada (miles y miles de empresas han cerrado), se ha despreciado la competencia al fijar precios que en muchas ocasiones quedan oficialmente por debajo de los costos, se han esfumado millones de empleos y se ha depreciado y despreciado la calidad de lo disponible. El gobierno se ha entrampado, fundiendo sus propios motores, en miles de subsidios indiscriminados, castrando, a final de cuentas, a una economía que sólo produce el 30% de lo que consume y que en tiempo de bajos precios del petróleo, ya no le alcanza para importar el restante e indispensable 70%.
No conforme con esta terca decisión de alejarse de los caminos de éxito probado hacia el desarrollo, algunos comentan que la corrupción en la administración de los presupuestos desvía 30% o más de los ingresos del estado (y que la corrupción actual dobla la de los noventas). No siendo suficientes los impuestos (que ha recaudado con mayor eficacia que sus predecesores), ha quemado la utilidad de sus empresas (PDVSA la más ilustre), ha postergado las inversiones para mantener y aumentar la producción, se ha endeudado como nunca antes y ha emitido más billetes soportados por las mismas reservas desatando el monstruo de la inflación (más billetes en una economía que no crece sólo aumenta el costo de los bienes y servicios).
Toda esta receta del fracaso se ha seguido confiando, con ingenuidad, en que los ingresos petroleros siempre crecerían por encima de las apetencias y necesidades. Así, hace un par de años ya eran rotundos los síntomas de un colapso pero desde hace un año, comenzó una agonía con una velocidad aun mayor que la de la caída del precio de nuestros barriles y reservas.
Si el gobierno no modera el gasto, no cambia su propia naturaleza y sólo intenta seguir pidiendo prestado y metiendo mano en las cuentas de las empresas y los ciudadanos, el panorama empeorará día tras día a menos que ocurra una milagrosa subida del precio del petróleo. Como ya efectivamente sucede, el sistema seguirá colapsando rubro por rubro y transitaremos uno de estos caminos:
- aceptar un masivo empobrecimiento y hundirnos conformes con el gobierno y su modelo o
- comenzar a remontar la fuerte cuesta que nos acerque al sendero de una economía moderna luego de que este gobierno y su modelo hayan pasado a la historia por no garantizar ninguno de nuestros derechos elementales