miércoles, 10 de febrero de 2016

No queda otra

Ahora que la conversión es mayor a uno por mil (o a uno por un millón, al recordar los tres ceros borrados en 2008), se ha hecho evidente que más allá de que una moneda que se devalúa constantemente resulta impráctica, lo realmente desquiciante es saberse arrastrado de manera planificada y sostenida hacia el fango de una miseria concebida por cuatro mentes caducas y perversas. 

Si el tipo de cambio se desplaza pero mantenemos una capacidad de compra relativamente estable, el problema sólo es de forma. Sin embargo, nuestra pobreza se hace contundente, entre otras evidencias, al comparar los ya tristes 150 dólares de salario mínimo de 1975 o de 1998 con los 24 dólares de hoy. Si no vives en Venezuela, ni te preocupes por no entender a profundidad como pasar un mes con este monto. Me pasó lo mismo hace 20 años cuando me contaban de los 20 dólares mensuales que cobraba un profesional en Cuba.

Es evidente, notorio y profundamente desolador que las arrogantes e irresponsables políticas del país desde hace 30 años, pero especialmente durante esta última década, están generado pobreza, dependencia y nos alejan a diario de las rutas hacia el desarrollo que varios de nuestros vecinos, zurdos y diestros, han recorrido con mucho más éxito en el mismo periodo. 

Antes que generar oportunidades y crecimiento a través de la diversificación de una economía que debería ser la tercera de la región, estos gobiernos de Venezuela se han obsesionado con gastar como propia la renta petrolera (e incluso usarla como garantía para tomar prestado todo lo que han podido), aunque hayan tenido y tienen la obligación moral y legal de cuidarla, hacerla crecer e invertirla como quien ha sido encargado de administrar el fideicomiso de un desvalido menor de edad.

Más allá de la necesaria cobertura social que debe ofrecer una sociedad de profundas desigualdades, desde hace muchos años en Venezuela han florecido negociados de importantes mordidas a los presupuestos públicos. O bien el estado ha sido estafado sin parar o bien se ha hecho la vista obesa ante ya varias generaciones de acaudalados corruptos que, de cada lado, se han hecho más voraces y descarados. 

Desde 2012, hemos comenzado a padecer un acelerado colapso de un modelo que mezcla rentismo con un engendro de socialismo. Es justo decir que el modelo rentista tiene más de 17 años pero éste ha sido empeorado, porque además de repartir por encima y por debajo de la mesa, planificó y ha estado dedicado a la destrucción de la producción y de los productores locales. Las consecuencias nos aturden con una escasez propia de una posguerra, la necesidad de por lo menos cinco salarios mínimos para cubrir los gastos básicos de una familia promedio y el cultivo de la anarquía en todos los ámbitos que nos empuja a construir un ya gigantesco sistema informal, paralelo y que está fuera de control del estado (no genera impuestos). 

Por ya más de 30 años, la inflación venezolana se ha hecho una enfermedad crónica, casi erradicada por nuestros vecinos y el resto del mundo, pero que acá muestra los índices más altos de nuestra historia y ha destruido cualquier equilibrio como se puede apreciar con las cifras del próximo párrafo.

Sólo mirando entre diciembre de 2007 y septiembre de 2015, según la web del Banco Central, los bienes y servicios en Bolívares han subido de precio más de 23 veces (23,6). En enero de 2008, el cambio oficial más bajo era de Bs. 2,15 (que ahora está en Bs. 10). Al multiplicar 2,15 por 23,6 resultaría en uno de Bs. 51 actualmente. El innombrable de 2008 andaba por Bs. 4,50 que al aplicarle la inflación acumulada, debería andar por 106 (muy, muy lejos del de Today). Por su parte, el salario mínimo de comienzos de 2008 era de Bs. 615 que por 23,6 debió ser de Bs. 14.514 aunque sólo llegue a Bs. 11.578.

El venezolano común camina en angustiante equilibrio sobre un piso de cristal. A una familia trabajadora o profesional le resulta imposible hacerse de los bienes y servicios básicos de la vida moderna: vivienda, salud, educación, seguridad, vacaciones y ahorros (dejaron de ser derechos fundamentales para convertirse en lujos extravagantes). Nuestras libertades han quedado, por decir lo menos, hacinadas en el trastero de una maltrecha casona decorada con antiguos afiches de Marx, mientras se nos invita a vivir con orgullo nuestro día a día aunque la marea de miserias nos esté ahogando en igualdad de penurias y humillaciones.

Luego de repasar estas duras evidencias públicas y notorias de deterioro y mal funcionamiento de un sistema, una hipótesis poca novedosa para explicar tanta terquedad es que lo que estamos viviendo con dolorosa impotencia se va pareciendo a lo que siempre se planificó: un país en la miseria. Como que no queda otra explicación.