sábado, 14 de junio de 2014

Sin valores, miseria

Mis primeros contactos con el socialismo ocurren desprevenidamente durante mi infancia. Venezuela en democracia desde 1958, había decidido alejarse del comunismo para abrazar la socialdemocracia. Mis primeros recuerdos de lo político están llenos de mensajes que incluyen pueblo, sindicatos, clase obrera, pleno empleo, educación y salud para el pueblo, pacto social, control de precios, dignidad cubana y más. Son los 70s. Venezuela se dedicó a construir un estado poderoso que se apropiara de nuestras riquezas energéticas y minerales que "hasta entonces se iban al imperio por unas monedas". El estado creció para encargarse de casi todos los aspectos de nuestras vidas, desde salud, educación y defensa hasta líneas aéreas, navieras, hipódromos, bancos, hoteles, teatros y todo tipo de empresas.

Más tarde, ya en la universidad, cuando en un curso básico de Estudios Sociales analizamos tendencias políticas, como a tantos, me entusiasmó la utopía. Terminando la ingeniería a finales de los 80s, compartí de cerca con comunistas comprometidos hasta que decidí no asumir esa manera de construir el futuro bueno por considerarla inviable, anti-natura y fracasada en la práctica porque ya, en 1990, había generado más daño que bienestar.

Hasta 1983, tirando del petróleo, el estado venezolano creció pero se endeudó tanto que no tenía para pagar sus compromisos cuando cayeron los precios. Comenzó una crisis en 1983 que aun continúa. Se inició un ciclo de inflación y devaluación que no ha parado en 30 años y que en los 90s, cuando las vacas menguaron más, nos hizo privatizar, atraer inversiones extranjeras y renegociar deudas. A comienzos de este siglo regresaron los altos precios petroleros y el socialismo del siglo 21 para lanzar el péndulo de nuevo hacia la misma dirección de los 70s, pero esta vez, más hacia la izquierda.

Con un estado dueño y señor del petróleo, y en un país con 3,5 millones de familias pobres (de un total de 5 millones) fue fácil enganchar al ofrecer justicia y bienestar automático para los más pobres, prometiendo arrebatar la abundancia mal habida al restante millón y medio. Fue rentable vender que lo más pobres lo eran porque los otros, junto a los gobiernos de turno y el imperio, habían construido una burguesía corrupta, pestilente, explotadora e insensible que había sometido sistemáticamente a través de la exclusión. Mal diagnóstico y medias verdades. Mal arranque.

Con la pobreza enfermando a más de la mitad del país, el socialismo del siglo 21 (aprovechando el subidón del petróleo que aun persiste), comenzó una enorme transformación que ha incluido: cambios de todos los nombres y símbolos del país y una supuesta progresiva aniquilación del modelo capitalista para dar paso a una forma social, comunal, planificada y controlada de construir y vivir para el venezolano nuevo. Esta revolución ha incluido: reversión de las privatizaciones, restricción de libertades económicas, expropiaciones de fincas, viviendas y empresas, transformación del sistema político y del electoral, transformación del sistema de salud y del de educación, satanización de las políticas represivas por considerar la delincuencia como una desafortunada consecuencia del capitalismo, control de todos los medios de comunicación, control de la cultura, construcción de una red pública de distribución de alimentos y cientos de otras iniciativas socialistas.


Luego de 15 años, esta es una comparativa de algunos indicadores de Venezuela tomados de páginas oficiales:

















Pero en 40 años, sin importar el ángulo de nuestro péndulo, hemos construido una cultura dentro de la cual, el respeto, la honestidad, la planificación, la paciencia y el bien común no valen para nada.

Luego de 48 años, sin dudas me ubico al Centro. Confío en que un equilibrio entre libertades e igualdad, entre iniciativa individual y solidaridad y entre incentivos e impuestos, es la mejor manera de construir el mejor futuro para una sociedad como la nuestra, siempre y cuando nos decidamos a sembrar y cultivar el respeto, la honestidad y la planificación como valores básicos. A este punto, estoy más que curado de utopías. Necesitamos terminar de entrar en el siglo 21 y desarrollar nuestros potenciales en el presente para construir el mejor futuro posible.