lunes, 10 de febrero de 2014

¿Cuánto falta para el final del túnel?

Ojalá y Venezuela se enderezara con un cambio de gobierno. Muchos están convencidos de que cambiándolo, cambiará nuestro destino. Ojalá y ellos tengan la razón, sin embargo, creo que nuestra realidad es bastante más compleja.

No creo que a Venezuela le iba bien y llegó este “proceso” y sólo por administrar muy mal durante 15 años, nos torcimos (por decir lo menos). Creo, sin duda, que este modelo ha hecho más daño que bien y ha destruido más de lo que ha aportado, sin embargo, lo más triste, decepcionante y peligroso es que pienso que nuestra sociedad ha estado enferma hace mucho tiempo y, a pesar de que este modelo la ha enfermado más, un cambio de administradores pareciera que no la curará mágicamente.

Vuelvo y repito, independientemente de que nos merecemos un cambio de administración, sólo eso no nos cura porque a pesar de lo malo que resulta el desabastecimiento, las agresiones a la disidencia, el que se coarte cualquier iniciativa independiente del gobierno, de lo terrible de la siembra y exaltación de la informalidad, la incompetencia y tantos otros pésimos indicadores que se han hecho costumbre, la gente (la mayoría y a veces casi la mayoría) le ha seguido votando a este desastre. ¿Por qué eso ha estado sucediendo?

Cualquier sociedad medianamente sana ha sabido reconocer quién le hace mal y ha decidido como cambiarlo, votando o botando. En Venezuela, insólitamente, no ha pasado esto. Como no, ha habido momentos malos para la revolución y, sólo en esos peores momentos, la oposición ha obtenido entre 2 y 4% más votos que el gobierno. Esto es un terrible síntoma de la grave enfermedad o enfermedades que nos están consumiendo.

Más allá de que Maduro haya ganado o perdido por pocos votos, no encuentro explicación a que siquiera se haya acercado a la opción que Capriles presentó en 2013. O mejor dicho, la explicación que he encontrado es la de una sociedad tan enferma que ya no es capaz de reconocer lo que le hace daño. Ni hablar del 54% del gobierno en las Regionales de diciembre.

He esperado muchas semanas para escribir esto porque es un diagnóstico que me resulta desagradable y decepcionante, sin embargo, luego de mucho pensarlo, siento que debo compartirlo para llamar a la reflexión e intentar conseguir tu opinión, bien porque estemos de acuerdo o para que me ayudes a entender mejor lo que nos pasa.

En mi Venezuela, antes y ahora se ha robado de frente o pasivamente (los funcionarios, los que le venden al estado, los banqueros que fregaron a Caldera –o a todos nosotros- y los que pagan y los que cobran por una pensión del Seguro Social). El hacinamiento en las cárceles es una vergüenza que habla mal de nosotros desde que tengo uso de razón. El irrespeto a las leyes y el egoísmo ante lo común son terribles características que nos acompañan hace rato. El abuso de poder, el tráfico de influencias y el nepotismo son viejas costumbres por estos lados. El bote de escombros en la vía pública, el lanzar la botella por la ventana y el mear detrás de la matica, eran y son. Si choqué y tumbé un poste, me doy a la fuga y si me atrapan, soborno. Nos encanta comprar dólares baratos y venderlos lo más caro posible… desde hace más de 30 años... ¿y el Bolívar?... bien, gracias.

Al repasar los últimos Presidentes que hemos tenido, me encuentro con que hemos escogido el que más víctima nos consideraba y el que más reparto nos ofreció en su momento. Y cuando votamos a CAP por segunda vez y nos trajo una opción seria para enderezarnos de verdad, lo sacamos y lo mandamos para su casa. Parece que nos gusta lo más fácil siempre, nos gusta que decidan y resuelvan por nosotros, nos gusta el que toma caña y el que tiene amante, en fin, nos gusta nuestra mamarrachada tal como está y, sobretodo, nos gusta más si no nos cambia mucho nuestro "porque me da la gana".


Pero esta reflexión no puede despedirse de manera tan oscura y derrotista. Debe haber una luz por algún lado para cambiar y mejorar. Y la hay. Pues bien, sobre esa luz voy a escribir en la próxima entrega.