viernes, 30 de diciembre de 2016

¿Qué nos depara el 2017 en Venezuela?

Si los pronósticos que para Venezuela se leían hace dos años resultaron tímidos ante la desastrosa realidad con que se recordará al 2015 (con excepción de los resultados de las elecciones legislativas), la foto de cierre de 2016 nos está mostrando otro triste y gigante deslave que ha estado arrastrando con gente de las 1.136 parroquias del país.

En lo económico, cayeron los ingresos en divisas y por consiguiente las importaciones, las reservas per cápita bajaron a su mínimo en décadas, el Bolívar sufrió una de sus más extremas devaluaciones, el financiamiento público alternativo se secó y el tradicional no está disponible desde hace años y la inflación se aceleró y está terminando de cumplir todos los requisitos para ganarse el prefijo “híper”. En fin, la economía entró en una depresión al contraerse por tercer año, siendo “depresión” lo siguiente peor a lo que se pasa después de recesión.

Una ya vieja crisis eléctrica alcanzó su clímax histórico a final del primer semestre (que incluso casi paralizó al estado y al país por varios meses), la delincuencia siguió desbordándose y la tasa de homicidios está pasando de 90 asesinados por cada 100.000 habitantes y, por su parte, el desabastecimiento y la escasez se han hecho consustanciales a Venezuela. En el terreno político, la confrontación entre los poderes centrales y la oposición, al desconectar la válvula electoral, ha dejado un tufo a dictadura que no se disimula ni con inciensos ni con bicarbonato y limón. 

En las grandes ciudades, en las que no se puede cultivar ni pescar, los que ya no tienen ni para hacer colas ni para esperar por un CLAP, han comenzado a pelearse para escarbar las bolsas que sin éxito intentan contener los desechos orgánicos de cada cuadra mientras que en las cárceles y los centros intermedios de retención, los presuntos de siempre le han abierto espacio a más de cien políticos y ciudadanos cuyos delitos son sólo extravagantes adornos jurídicos para disfrazar la incomodidad que generan con su disenso activo y hasta con sus opiniones, que dejaron de ser derechos por estos lados.

Ahora bien, en 2015 y en 2016 la aceleración de la caída fue tan grande que cuesta creer que 2017 vaya a ser mucho peor. No digo que vayamos a mejorar sino que probablemente estamos llegando a la parte baja de la montaña y, en consecuencia, aunque no podamos hablar de una mejoría, me atrevería a pronosticar un año relativamente parecido a 2016, lo que es una maldición, pero menos demoníaca que la que vaticinan algunos expertos.

Tristemente, esto es lo más optimista que puedo ser sobre los próximos doce meses y lo hago, seguramente, para consolarme con la idea de que quienes hemos sobrevivido a este duro año, por aquello de que “lo que no te mata te hace más fuerte”, estaremos mejor entrenados para salir airosos de la nueva temporada de nuestra propia franquicia de zombis: “Venezuela, The Walking Dead”.

Si 2016 fue 3 veces peor que 2015 y 2017 va a ser tres veces peor que este año que termina como algunos afirman, dentro de un año la inflación estaría llegando a 2.000%, el dólar pasaría de los 10.000, la economía caería otra vez más de 10% y las reservas quedarían en 5 mil millones de dólares. Sin embargo, al revisar algunos indicadores, es una especie de bálsamo ver que algunas cifras han comenzado a moderar sus caídas, a mostrar estabilidad o hasta insinuar cierta recuperación. 

El precio del petróleo lleva varios meses recuperándose y, más allá de frenar su caída, ha comenzado a ganar terreno y está cerrando cerca de los 50 dólares por barril. Algunas proyecciones indican que éste será el nivel del precio promedio para los próximos meses, de allí que los ingresos de divisas habrán de crecer y, ello, siendo optimista, frenaría la caída de las importaciones y de las reservas. 

La inflación, aunque seguramente repuntará en este diciembre, al revisar las variaciones mensuales que publica el CENDA, aun estando en niveles que pasan de “alerta roja”, también muestra una cierta desaceleración con respecto al clímax de mitad de año. El tenaz desabastecimiento ha dado paso a la discreta e hipócrita flexibilización del control del precio de no pocos productos y aunque a precios de “bachaquero VIP”, muchos de los más buscados han regresado a los anaqueles y así, de pronto, en muchos comercios se han estado dejando ver la pasta, el aceite, el arroz, los granos y la leche líquida. Por su parte, productos vitales como la harina de maíz, este mismo año, han visto crecer su precio oficial con fuerza, en el caso de la harina, desde 19,50 hasta los 640,00 Bolívares (más de 30 veces).

Por todo esto y creyendo que ya no hay la misma distancia hacia abajo que hace uno y dos años, es que me atrevo a pensar que 2017 no será mucho peor que este año. Y repito, no se trata de creer que sin cambios en la dirección y conducción vayamos a mejorar, sino que aun perpetuando el modelo y las formas actuales, la caída y la aceleración podrían estar frenándose. Pero, ¿acaso es este intento de predicción un  consuelo para alguien? No, definitivamente no, y está por verse hasta donde puede continuar un país tolerando esta dura realidad.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Economía-VE 2016: annus horribilis

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Anticipándome unos días al cierre del cuarto año de un periodo constitucional muy accidentado (el tercero de la era chavista al descontar la transición inicial de 2 años), la economía venezolana muestra los peores indicadores del último siglo.

Decrecimiento, inflación, pobreza y desequilibrios son los primeros cuatro adjetivos que pueden acompañar a los resultados de una economía que se mantiene aporreada y descontroladamente intervenida por un gobierno que desoye las críticas y desprecia cualquier enmienda, se desentiende de los indicadores macro-económicos modernos y sigue insistiendo por un camino de penitencia y asfixia a lo privado para seguir apropiándose de los medios de producción como mecanismo de control total de la sociedad.

Se estima que en estos 4 años, la población ha crecido algo más de 2%, hasta pasar de 31 millones de personas, mientras que en el mismo plazo las reservas internacionales han caído a la mitad. Es decir, que medido por las reservas, cada venezolano dispone de la mitad de lo que tenía a comienzos de 2013 (la caída es aun mayor al medir solamente las reservas líquidas). Estamos en una depresión al sumar un tercer año de retroceso del PIB. Aparentemente, este año habremos transado un 10% menos de productos y servicios que el pasado y más de un 20% menos que en 2013. Las cifras nos pueden enredar pero dicen, entre otras cosas, que la economía perdió una quinta parte de su tamaño.

He decidido no intentar reseñar sobre al endeudamiento de la república por no saber dónde consultar cifras o estimados sin embargo todo hace suponer que nuestras deudas han crecido tanto como lo han permitido nuestros nuevos prestamistas (los viejos sólo van pendientes de seguir cobrando los préstamos más viejos).

Si nos fijamos en la inflación, lo que costaba Bs. 100 a comienzos de 2013, hoy cuesta Bs. 5.210. En contraparte, el que ganaba Bs. 100, hoy gana 3.030 Bolívares, es decir que las remuneraciones por el mismo esfuerzo compran el 58% de lo que compraban hace 4 años. Otra triste evidencia de nuestra poca producción, nuestra triste productividad y de la pobreza generalizada del país, ya que no pocos millones de ciudadanos ganan apenas para cubrir gastos de alimentación. Por su parte, el costo del dinero o lo que hay que pagar por préstamos formales sigue  en torno a 30% anual cuando se estima que sólo en 2016 la inflación pasa de 600%. Una enfermedad llamada híper-inflación está en plena progresión.

Si comparamos el valor de nuestra moneda contra el del Dólar Norteamericano, en 4 años hemos visto una devaluación de 15.000% (una cifra muy difícil de tragar). En cuentas simples, el Bolívar se ha pulverizado al perder 99% del valor de intercambio que tenía a comienzos de 2013 y, en consecuencia, la moneda perdió sentido como instrumento de intermediación (ni hablar de ahorro). La evaluación empeora al analizar los problemas con el efectivo y el absurdo cono monetario que está comenzando a ser actualizado sin ninguna previsión logística.

Todo esto ha ocurrido durante un periodo en que el estado sigue sin diversificar sus ingresos, ordeña una golpeada industria petrolera que más allá de tener menor capacidad de producción, ha visto como el precio del barril perdió el 64% de su valor.

En resumen, después de los últimos 4 años hemos perdido 50% de nuestras reservas, crecieron nuestras deudas, la capacidad de compra del salario retrocedió 42%, el valor internacional del Bolívar cayó un 99% y las ventas petroleras retrocedieron, al menos, un 64%. Esto refleja una debacle en todos los indicadores y hace presumir que la pobreza y la pobreza extrema han pegado un exuberante brinco en estos cuatro años.

Viéndolo en retrospectiva, una vez más debo concluir que hacerlo tan mal sólo tiene que ser parte de un plan ya que luce imposible una equivocación de tal magnitud.

Por ahora y de cara al 2017, no se anticipa ninguna corrección de estrategias de este gobierno para enrumbar la economía en un sentido opuesto al actual, en consecuencia a menos que nuestro petróleo triplique su precio al corto plazo, en los próximos 12 meses padeceremos tanto como en el año terrible que estamos despidiendo. Va tomando sentido esa dura frase de que la economía de un país no tiene fondo y siempre puede seguir cayendo... lamentablemente.