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Decrecimiento,
inflación, pobreza y desequilibrios son los primeros cuatro adjetivos que pueden
acompañar a los resultados de una economía que se mantiene aporreada y
descontroladamente intervenida por un gobierno que desoye las críticas y desprecia
cualquier enmienda, se desentiende de los indicadores macro-económicos modernos
y sigue insistiendo por un camino de penitencia y asfixia a lo privado para seguir
apropiándose de los medios de producción como mecanismo de control total de la
sociedad.
Se estima
que en estos 4 años, la población ha crecido algo más de 2%, hasta pasar de 31
millones de personas, mientras que en el mismo plazo las reservas
internacionales han caído a la mitad. Es decir, que medido por las reservas,
cada venezolano dispone de la mitad de lo que tenía a comienzos de 2013 (la
caída es aun mayor al medir solamente las reservas líquidas). Estamos en una
depresión al sumar un tercer año de retroceso del PIB. Aparentemente, este año
habremos transado un 10% menos de productos y servicios que el pasado y más de un
20% menos que en 2013. Las cifras nos pueden enredar pero dicen, entre otras
cosas, que la economía perdió una quinta parte de su tamaño.
He decidido no intentar reseñar sobre al endeudamiento de la república por no saber dónde consultar cifras o estimados sin embargo todo hace suponer que nuestras deudas han crecido tanto como lo han permitido nuestros nuevos prestamistas (los viejos sólo van pendientes de seguir cobrando los préstamos más viejos).
Si nos
fijamos en la inflación, lo que costaba Bs. 100 a comienzos de 2013, hoy cuesta
Bs. 5.210. En contraparte, el que ganaba Bs. 100, hoy gana 3.030 Bolívares, es decir que las
remuneraciones por el mismo esfuerzo compran el 58% de lo que compraban hace 4
años. Otra triste evidencia de nuestra poca producción, nuestra triste productividad
y de la pobreza generalizada del país, ya que no pocos millones de ciudadanos
ganan apenas para cubrir gastos de alimentación. Por su parte, el costo del
dinero o lo que hay que pagar por préstamos formales sigue en torno
a 30% anual cuando se estima que sólo en 2016 la inflación pasa de 600%. Una
enfermedad llamada híper-inflación está en plena progresión.
Si comparamos
el valor de nuestra moneda contra el del Dólar Norteamericano, en 4 años hemos visto
una devaluación de 15.000% (una cifra muy difícil de tragar). En cuentas
simples, el Bolívar se ha pulverizado al perder 99% del valor de intercambio
que tenía a comienzos de 2013 y, en consecuencia, la moneda perdió sentido como
instrumento de intermediación (ni hablar de ahorro). La evaluación empeora al
analizar los problemas con el efectivo y el absurdo cono monetario que está comenzando
a ser actualizado sin ninguna previsión logística.
Todo esto
ha ocurrido durante un periodo en que el estado sigue sin diversificar sus ingresos,
ordeña una golpeada industria petrolera que más allá de tener menor capacidad
de producción, ha visto como el precio del barril perdió el 64% de su valor.
En resumen,
después de los últimos 4 años hemos perdido 50% de nuestras reservas, crecieron
nuestras deudas, la capacidad de compra del salario retrocedió 42%, el valor
internacional del Bolívar cayó un 99% y las ventas petroleras retrocedieron, al
menos, un 64%. Esto refleja una debacle en todos los indicadores y hace
presumir que la pobreza y la pobreza extrema han pegado un exuberante brinco en estos cuatro años.
Viéndolo en
retrospectiva, una vez más debo concluir que hacerlo tan mal sólo tiene que ser parte de un plan ya que luce imposible una equivocación de tal magnitud.
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