En lo económico, cayeron los ingresos en divisas y por consiguiente las importaciones, las reservas per cápita bajaron a su mínimo en décadas, el Bolívar sufrió una de sus más extremas devaluaciones, el financiamiento público alternativo se secó y el tradicional no está disponible desde hace años y la inflación se aceleró y está terminando de cumplir todos los requisitos para ganarse el prefijo “híper”. En fin, la economía entró en una depresión al contraerse por tercer año, siendo “depresión” lo siguiente peor a lo que se pasa después de recesión.
Una ya vieja crisis eléctrica alcanzó su clímax histórico a final del primer semestre (que incluso casi paralizó al estado y al país por varios meses), la delincuencia siguió desbordándose y la tasa de homicidios está pasando de 90 asesinados por cada 100.000 habitantes y, por su parte, el desabastecimiento y la escasez se han hecho consustanciales a Venezuela. En el terreno político, la confrontación entre los poderes centrales y la oposición, al desconectar la válvula electoral, ha dejado un tufo a dictadura que no se disimula ni con inciensos ni con bicarbonato y limón.
En las grandes ciudades, en las que no se puede cultivar ni pescar, los que ya no tienen ni para hacer colas ni para esperar por un CLAP, han comenzado a pelearse para escarbar las bolsas que sin éxito intentan contener los desechos orgánicos de cada cuadra mientras que en las cárceles y los centros intermedios de retención, los presuntos de siempre le han abierto espacio a más de cien políticos y ciudadanos cuyos delitos son sólo extravagantes adornos jurídicos para disfrazar la incomodidad que generan con su disenso activo y hasta con sus opiniones, que dejaron de ser derechos por estos lados.
Ahora bien, en 2015 y en 2016 la aceleración de la caída fue tan grande que cuesta creer que 2017 vaya a ser mucho peor. No digo que vayamos a mejorar sino que probablemente estamos llegando a la parte baja de la montaña y, en consecuencia, aunque no podamos hablar de una mejoría, me atrevería a pronosticar un año relativamente parecido a 2016, lo que es una maldición, pero menos demoníaca que la que vaticinan algunos expertos.
Tristemente, esto es lo más optimista que puedo ser sobre los próximos doce meses y lo hago, seguramente, para consolarme con la idea de que quienes hemos sobrevivido a este duro año, por aquello de que “lo que no te mata te hace más fuerte”, estaremos mejor entrenados para salir airosos de la nueva temporada de nuestra propia franquicia de zombis: “Venezuela, The Walking Dead”.
Si 2016 fue 3 veces peor que 2015 y 2017 va a ser tres veces peor que este año que termina como algunos afirman, dentro de un año la inflación estaría llegando a 2.000%, el dólar pasaría de los 10.000, la economía caería otra vez más de 10% y las reservas quedarían en 5 mil millones de dólares. Sin embargo, al revisar algunos indicadores, es una especie de bálsamo ver que algunas cifras han comenzado a moderar sus caídas, a mostrar estabilidad o hasta insinuar cierta recuperación.
El precio del petróleo lleva varios meses recuperándose y, más allá de frenar su caída, ha comenzado a ganar terreno y está cerrando cerca de los 50 dólares por barril. Algunas proyecciones indican que éste será el nivel del precio promedio para los próximos meses, de allí que los ingresos de divisas habrán de crecer y, ello, siendo optimista, frenaría la caída de las importaciones y de las reservas.
La inflación, aunque seguramente repuntará en este diciembre, al revisar las variaciones mensuales que publica el CENDA, aun estando en niveles que pasan de “alerta roja”, también muestra una cierta desaceleración con respecto al clímax de mitad de año. El tenaz desabastecimiento ha dado paso a la discreta e hipócrita flexibilización del control del precio de no pocos productos y aunque a precios de “bachaquero VIP”, muchos de los más buscados han regresado a los anaqueles y así, de pronto, en muchos comercios se han estado dejando ver la pasta, el aceite, el arroz, los granos y la leche líquida. Por su parte, productos vitales como la harina de maíz, este mismo año, han visto crecer su precio oficial con fuerza, en el caso de la harina, desde 19,50 hasta los 640,00 Bolívares (más de 30 veces).
Por todo esto y creyendo que ya no hay la misma distancia hacia abajo que hace uno y dos años, es que me atrevo a pensar que 2017 no será mucho peor que este año. Y repito, no se trata de creer que sin cambios en la dirección y conducción vayamos a mejorar, sino que aun perpetuando el modelo y las formas actuales, la caída y la aceleración podrían estar frenándose. Pero, ¿acaso es este intento de predicción un consuelo para alguien? No, definitivamente no, y está por verse hasta donde puede continuar un país tolerando esta dura realidad.
1 comentario:
Estimado Juan Carlos: interesante tu visión posiriva de la situación. Te comento lo siguiente: el precio del petroleo va depender de una gran incognita y es el rumbo que tomará Donald Trump y la nueva administración de EEUU, quienes pueden empujar aun más la producción de ese país por los métodos no convencionales como lo han hecho recientemente. Hasta un pais ultraconservador como Arabia Saudita ha decidido vender una parte de su inmensa industria abriéndose al capital extranjero, previniendo a sus ciudadanos sobre que van a tener que trabajar (en ese país tan rico solo trabajan los extranjeros). Lo triste de la situación venezolana es que no se avizora en el horizonte una fuente de ingresos alternativa (porque aunque el milagro de cambio dw gobierno ocurriese, la dependencia total del petroleo no podria ser modficada en poco tiempo). A pesar de todo, espero que el 2017 sea al menos de alivio para el inmenso dolor que atenaza al pais. Un abrazo y aprovecho para desearte feliz cumpleaños.
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