Cada vez que leo una reseña de algún emigrante
venezolano “maltratado” en su país destino, normalmente va acompañado por muchos
otros comentarios que dicen que no es justo porque Venezuela siempre abrió sus brazos y
acogió al inmigrante con amor. Aunque esto es bastante cierto, los que deben
opinar si fueron bienvenidos sin maltrato deben ser los inmigrantes y no los
anfitriones.
Soy y siempre me he sentido venezolano. Mis
padres nunca se esforzaron porque estuviésemos conectados con España. Sólo
sabíamos que allá estaban los abuelos, tíos y primos pero las comunicaciones de
entonces eran cartas cada dos meses. Sin duda, en la mesa de casa hubo platos españoles pero mi madre inmediatamente adoptó la arepa, el pabellón, el
quesillo, las empanadas, las hallacas y, en general, toda la comida venezolana como
nuestra.
Ahora bien, recuerdo no pocos incidentes en
primaria en los que me decían “musiú” con desprecio y más de una vez recibí un
chaparrón de algún idiota que me acusaba de ser familia de los colonizadores
que habían asesinado a nuestros indios en el siglo XVI. Más o menos cuando
tenía 10 años, durante el gobierno de CAP, comenzó una fuerte inmigración de
colombianos y recuerdo el “mosca, con distancia, porque son unos ladrones”. A
los chinos, los tratábamos y los tratamos de “chino” y con cierto aire burlón y
hasta de superioridad y así, con cada grupo extranjero hemos tenido gestos de descortesía.
Para encontrar las referencias de que dimos (o damos) tratos al extranjero que
no lucen tan amorosos como creemos basta pensar en estos calificativos: “español
de mier..”, “italiano pata podrida”, “portugués lambucio”, “turco ladrón”, “chileno
estafador”, por sólo mencionar algunos “cariños” que recibieron las colonias
más numerosas que se integraron en las últimas décadas a Venezuela.
Ahora bien, superado esos destellos xenófobos
que están más asociados con ignorancia y poca educación que con la forma de ser
del venezolano, nuestro país si permitió que el extranjero se mezclara y
abundan las familias mixtas hoy en día. Los extranjeros de segunda mitad del
siglo XX lograron establecerse y prosperar en Venezuela, aunque no fue tan fácil
como muchas veces se comenta. Por ejemplo, la matraca y los maltratos en las
oficinas de extranjería, eran y son delitos que nunca se pudieron denunciar.
Lo cierto del caso es que creo que ser
inmigrante no es tarea fácil. Ni antes, ni ahora. La diferencia fundamental
entre la inmigración que recibió Venezuela en los últimos sesenta años y la
emigración venezolana que empezó hace quince, es que nosotros recibimos gente
humilde, campesina y sin estudios que aguantaron callados y, ahora, estamos
exportando profesionales, emprendedores y empresarios que saben cuidar sus
derechos. Aun así, al emigrar siempre estaremos expuestos a la generalización y
al maltrato por parte de los idiotas que hay en todos lados.
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