domingo, 26 de noviembre de 2017

Ay Caracas... ¿qué veo?

Luego de llevar seis semanas de peatón por Caracas, esperando mientras reparan el carro, quise escribir mis impresiones (las menos atractivas) sobre lo que estoy viendo en la calle en estos días. Todo lo que describiré más abajo, lo he visto caminando desde Los Ruices hasta Chacao, otrora un municipio emblema de modernidad y abundancia, con varios premios mundiales. 

Para todos los que aun viven en Venezuela y que caminan las calles, no habrá ninguna novedad en los siguientes párrafos, así que lo escribí para los que dejaron la ciudad en los últimos años o para los que ya no la caminan. Como Yang, también escribí otra nota, con algunos detalles cotidianos que aun siguen haciendo de Caracas, un sitio especial.

¿Qué veo?
  1. Veo aceras sucias, que las barren de cuando en cuando, que huelen mal y que están plagadas de las urgencias de los perros pero también de las de sus dueños, los que viven en la calle y que se reconocen porque atraen más moscas grandes y verdes.
  2. Veo y desvío montones de bolsas y bolsitas de basura, de portal en portal, colocadas en el camino y sueltas porque casi toda la ciudad carece de contenedores. Antes esperaban al camión cerradas, pero ahora son minas para uno, para cinco o para diez que se alegran cuando descubren algo que se pueda comer o cocinar, cuando descubren un viejo par de zapatos que puede seguir andando un poco más o una franela más limpia que la puesta. En una ocasión vi a uno de estos mineros del hambre, disputando los huesos de un pollo en brasas con un perro (esa vez ganó el humano).
  3. Si es viernes, veo a 20 o 30 ancianos muy acabados, esperando desde las 6am hasta el mediodía, por un almuerzo que les servirá una iglesia. Están sentados en el piso, hablando, compartiendo un periódico y esperando seis horas sin abandonar el turno para su comida más caliente y completa de toda la semana.
  4. Veo, frente a algunos comercios, motocicletas estacionadas sobre la acera, que al impedir el paso, obligan a caminar por la calle para bordearlas. Sus dueños han aprendido a dejarlas a la vista mientras hacen su diligencia. Si las estacionaran donde no estorben, seguramente no las volverían a ver.
  5. Veo comercios cerrados o que cambiaron de ramo y los que siguen abiertos son tan pobres y de vitrinas tan magras, que sólo muestran las repisas con 2 o 3 productos mal puestos, dentro de locales desgastados y aburridos y que con frecuencia cuelgan carteles improvisados, escritos en la tapa de una caja de cartón, para avisar que “No funciona el punto de venta. Sólo efectivo” 
  6. Veo una fila de 20 personas en cada cajero automático, esperando para retirar cinco mil Bolívares en billetes. Si no hay fila, es porque el cajero no funciona. Los que viven en las afueras (Guatire, Guarenas o La Guaira) y tienen que pagar el autobús de ida y de vuelta en efectivo, harán 2 o 3 colas como esa cada día y han tomado la precaución de mantener cuentas en dos o tres bancos para poder retirar los cinco mil diarios de cada una.
  7. Veo unas 80 personas amontonadas frente a un abasto, más mujeres que hombres, discutiendo, tratando de armar y desarmar el orden de una fila para  comprar. Se gritan, se insultan y se amenazan esperando detrás de la reja que bloquea la entrada al comercio. Con suerte, un día cualquiera de algunas semanas, llegará algún producto regulado. Ese día sólo pocos comprarán a través de la reja, en efectivo y sin bolsa. Los afortunados salen a comprar (¿cazar?) en pareja: mientras uno hace la cola, el otro espera con un bolso en el que irán guardando la mercancía. Esas personas no son vecinos de la zona, vienen de los barrios más pobres. Unos mayores, otros más jóvenes y agresivos. Los primeros buscando para comer y los otros comprando para revender. Estos últimos son la nueva casta del comercio informal venezolano: los bachaqueros.
  8. Justo al lado de ese comercio, veo otra fila perenne de unas diez personas frente a una taquilla pequeñita. Se trata de una de las modas del 2017: “los animalitos”. Es la re-edición de una vieja lotería de pueblo, en la que en cada jugada (y hay como 5 o 6 cada día), se puede apostar entre 32 animales de una ruleta. Cuando se acierta, pagan 300.000 bolívares por cada 1.000 que se apuestan y como dicen los apostadores, “con 1.000 no se compra nada pero 300.000 te salvan la semana”. Lo difícil es limitarse a gastar solo mil por semana, aunque te ganes los trescientos de vez en cuando, porque en cada apuesta hay una oportunidad de 32 para ganar, pero hay 31 para perder.
  9. Veo moto-taxistas con chalecos desteñidos y sucios a los que se les borró buena parte del nombre de la cooperativa que los mandó a confeccionar o grabar en 2010. Llevan siempre dos cascos sucios y viejos que recuerdan aquella expresión de “más esperolao que pocillo e´loco”
  10. Veo mujeres que en 2 minutos de conversación se dicen “marica” unas treinta veces. Son las hijas y las nietas de las que se decían “mana” y “comadre”. En Caracas ya sólo se habla malandro.
  11. Veo carros accidentados, uno o dos por kilómetro. Inclinado sobre el motor, veo al dueño haciendo la magia que ha aprendido en los últimos años para seguir rodando un día más
  12. Veo filas enormes en las paradas esperando por una buseta vieja y destartalada que parece que nunca llega. Veo que algunos, que cada día son más, desisten y se van andando.
  13. Veo la entrada a una estación del Metro, esas que hace 35 años nos hacían creer que estábamos caminando al desarrollo. Veo buhoneros que ofrecen café y cigarros, hasta cinco a la vez y que vocean sin parar y a todo pulmón la letanía del “Cafeeeeé… café y cigarros”. A un lado de la entrada, en una esquinita, uno de los vendedores se arrincona para mear.
  14. Veo una estación bastante sucia aunque la barren varias veces al día, caliente como buen sótano de trópico porque el aire acondicionado dejó de funcionar hace años, con trozos de pared que han perdido las baldosas y muestran un friso que se secó en 1980. En la taquilla no hay nadie. La entrada es franca. En ésta, ya no es necesario comprar boleto para viajar. 
  15. Veo buhoneros y mendigos, uno tras otro, que atraviesan el tren repleto de pasajeros, incluso en sillas de ruedas. Unos vendiendo y otros pidiendo, todos bendiciendo (o amenazando entre líneas) y veo a muchos más pasajeros que lo que cabría suponer, comprando y ayudando con “lo que pueda”, sin importar que la mujer de los parlantes se esté quedando afónica de tanto exhortar a que no se les apoye, incluso advirtiendo que el dinero terminará en el negocio de la droga. Remata el exhorto con un “El cambio está en ti” que muy pocos quieren o pueden entender.
  16. Veo caras largas, de gente que por ir sola y pensativa, luce triste, preocupada o asustada, y son más largas las de las pieles más arrugadas.  Cuando veo a un grupo de jóvenes, la camaradería y el buen humor del venezolano siguen allí, aparentemente intactos.
  17. Veo mujeres que debieron haber vuelto a teñir sus cabellos hace 3 meses.
  18. Veo trabajadores calzando zapatos de dos pares diferentes y veo dos viejos conocidos que se saludan. Cuando el primero le dice “buenos días, mi comandante” el otro le responde “comandante el coñoetumadre”, “el chavista eres tú y, además, loco porque te gusta pagar un café grande en 10 mil y un kilo´e queso en 100 mil”
  19. Al llegar a la estación de Chacao, veo a un grupo de niños y de adolescentes de la calle, descalzos, llenos de cicatrices de la cabeza a los pies y sin bañarse desde hace por lo menos una semana, reuniendo sobre un banco unos tomates casi podridos, una rama de perejil y una docena de ajíes dulces para la sopa de más tarde. Los más pequeños, de menos de diez años, juegan con dos perros mestizos que son los guardianes de un edificio público que quedó a medio construir. Ahora es un improvisado depósito oficial y la extensión del estacionamiento de un ministerio que queda cerca de allí
  20. También veo a una pareja que vive en la estación desde hace 6 meses. Deben tener treinta y muy pocos y junto a otras parejas duermen y viven bajo el techo de una de las entradas. Ella está embarazada y va a parir en diciembre. Ya tienen una niña de 2 años, hermosa y extrovertida, de rulos rubios recogidos por dos colitas rojas combinadas con los zapaticos. La niña baila al ritmo de un tambor que suena en un ensayo de la escuela que está detrás de la estación. Algunos nos detenemos a verla balancearse aunque ella no se dé cuenta y cuando para el tambor, se queda en vilo por unos segundos, se voltea hacia la mamá y le dice con una sonrisa y poniendo sus manitos en la cintura,  “sha cabó”.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

La hiperinflación en Venezuela

La hiperinflación es una enfermedad de la economía que se diagnostica cuando la inflación pasa de 50% en un mes o cuando la tasa anual permanece sobre 100% por 3 años o más, por lo que es evidente que la economía venezolana está padeciéndola desde hace rato.

Hace días me preguntaba un amigo si tenía idea de cuánto aguanta una sociedad en hiperinflación y ello me motivó a investigar sobre otras experiencias en la región a finales del siglo pasado.


La inflación anual en Perú, entre 1985 y 1995, fue así:



Los peruanos padecieron 3 años con una inflación por encima de 1.000% y 5 años sobre 100%, antes de que el entonces nuevo gobierno de Fujimori tomara medidas drásticas en 1990.

En Argentina, tristemente, la inflación durante los 10 años entre 1975 y 1984, siempre estuvo por encima de 100%, llegando a 344, 434 y 688% en 1982, 1983 y 1984 respectivamente y, en los siguientes años, esta fue su evolución:



Es decir, que Argentina ha pasado por varios periodos de hiperinflación de varios años de duración.

En Brasil, entre 1981 y 1984, la inflación fue 102, 100, 131 y 188%. 

Posteriormente, los 10 años terribles fueron así:



Finalmente, en 1996 la inflación bajó al 16, a 7% en 1997 y a 3,2% en 1998. Brasil también ha sufrido varios periodos de hiperinflación de distinta intensidad de varios años de duración (al menos 15 por los datos mostrados).

Por último, en Ecuador, aunque la inflación no pasó del 100% anual entre 1990 y el año 2000, otros problemas económicos y políticos condujeron a la dolarización de la economía. En cualquier caso, así se comportó la inflación en los años previos a la dolarización: 



En el año 2001, la inflación bajó a 22% y continuó bajando a niveles de 2 y 3% entre 2004 y 2007. La inflación ha dejado de ser un problema para esta economía.

Por nuestra parte, Venezuela abandonó los porcentajes de inflación de un sólo dígito a principio de los 80s y, en este siglo, entre 2000 y 2011, la inflación giró en torno a 20%, sin embargo, los últimos años se estima que está luciendo así:




Es importante destacar que el Banco Central no ha publicado más información desde 2015, en consecuencia, la inflación de 2016 es un estimado y la de 2017 y 2018, son cifras proyectadas por algunos economistas, aunque con la aceleración de la inflación en octubre y noviembre, ya se comienzan a leer proyecciones de hasta 4.000% para 2018.

Con la foto actual de Venezuela y estas experiencias en la región, podría concluir que:

1.- Una economía pareciera que puede vivir varios años padeciendo hiperinflación, aunque normalmente queda destruida y con la gente empobrecida en extremo. Finalmente en estos casos, la sociedad ha generado un cambio de gobierno, de modelo y de moneda. Hasta que este cambio definitivo sucedió en cada caso, estos países experimentaron cambios suaves e incompletos que lograron disminuir los síntomas por un tiempo pero a la postre, la hiperinflación solo cesó al aplicar cambios drásticos y sostenidos.

2.- Una vez aplicados los correctivos, la economía se ajusta muy velozmente y, seguramente, las expectativas positivas cuando la inflación baja de más de 1.000 a 100%, deben hacer apreciar a una inflación de 100% como una bendición.

3.- El entorno mundial actual es muy diferente al de hace 20 o 30 años y cada una de las economías de los países reseñados son muy distintas entre sí, en consecuencia, la extrapolación de lo ocurrido a lo que mayormente le espera a futuro a Venezuela  no debería ser lineal.

4.- La hiperinflación es solo uno de los graves problemas de Venezuela. Escasez, inseguridad, emigración, colapso de los servicios públicos, crisis política y social, una desconfianza generaliza y aislamiento internacional son algunos otros.

5.- Los economistas modernos han estudiado estos episodios de hiperinflación y los tratamientos erróneos y acertados que se usaron para combatirla y curarla. De igual manera han estudiado como se reactivaron economías de países que salieron del comunismo. Creo que esto será todo un lujo cuando llegue el momento de cambiar la ruta de Venezuela en comparación con la experiencia que tenían los economistas de los 80s y los 90s en nuestros países vecinos.

6.- Al menos de manera pública, el gobierno de Maduro no reconoce errores en su manejo económico (sólo reconoce el no haber vencido aun a sus enemigos económicos) y de acuerdo con su discurso, todo lo que ocurre en Venezuela se debe a una guerra declarada por el capitalismo mundial y sus representantes nacionales, que ha sido desatada para acabar con la revolución. En consecuencia, justo ahora, no se asoma (ni por equivocación), algún tipo de viraje del modelo que, terca y criminalmente, optará por la experiencia de “matar” a la gente de hambre y de enfermedades desatendidas antes de modificar sus principios políticos y económicos que son los que le permiten, a su entender, seguir al mando.

7.- Por ahora, me imagino que el gobierno de Maduro espera por un milagro: una sorpresiva y explosiva subida de los precios del petróleo, el padrinazgo de Rusia o China o una combinación de eventos de este tipo. O quizá la destrucción de la economía capitalista sea parte del plan de transición a los siguientes niveles del socialismo del siglo 21.

8.- Mientras el gobierno espera por esos u otros milagros, la vida del venezolano seguirá empeorando, sobretodo la del venezolano trabajador con status mental de clase media. En la espera, podríamos atestiguar eventos más o menos violentas que intenten arrebatar el poder para emprender un viraje. Esta incógnita se podría despejar en 2018.

sábado, 18 de febrero de 2017

Carta de amor

Aunque quien me conoce sabe que no fuiste mi primer amor ni que lo nuestro comenzó a primera vista, también sabe que te he amado con todo y sin guardarme nada. No en vano todos estos años he seguido a tu lado, cuando para todos comienza a ser más o menos evidente que tú ya no sólo no eres la misma, sino que ya no estás y que sólo queda tu recuerdo.

Aunque no hace falta decir que tampoco fui tu primer amor, hoy soy yo quien escribe sobre lo nuestro y cuando hablo de nosotros, no existe alguien más. Como sabes, desde la primera vez que dormimos juntos, más nunca me he sentido en casa cuando estoy lejos de tu aroma y de tu luz. Ya sé... ya sé que algunas veces no lo ha parecido, porque sabes que estando lejos de ti, porque yo mismo te lo he contado, me lo he pasado fenomenal, aunque siempre sabiendo que son sólo aventuras de unos pocos días y que siempre he regresado.

Por mucho tiempo, tú hiciste mi mundo más grande. Tú me enseñaste tanto y me mostraste un camino, que de hecho, es el que he recorrido hasta ahora. Fuiste lo máximo. Fuiste mis primeras veces en demasiados temas, en demasiados días y noches, aunque a decir verdad, no todo lo tuyo me gustó siempre. Creo que eso es imposible, aunque cuando al principio la química nos hizo más idiotas de lo razonable, creí que todo lo tuyo tenía su encanto.

Aunque no pueda decir ni el día ni el año, creo recordar cuando todo comenzó a echarse a perder. Siempre sentí que todo pasaría antes. Al principio pensé que sólo querías olvidar, divertirte y sacudir la rutina. En ese entonces sentí que pronto las cosas volverían a ser como antes. Mentira, siempre sentí (y aun a veces siento) que cuando mejores, todo será mucho mejor pero si pienso en vez de sentir y, si oigo, tengo que admitir que tu mente, tu esencia y tu voluntad van quedando anuladas, con la misma intensidad en que te sigues hundiendo en tus nuevas adicciones.

Hoy vi una hermosa aunque triste película de una pareja de viejos enamorados. Ella había sucumbido a una de esas enfermedades que borran la memoria y estaba en un internado para enfermos mentales y él, estando cuerdo, se había internado con ella porque, aunque los médicos no le daban ninguna esperanza, creía que cuando la medicina agotara todos sus trucos para ella, la mano de Dios le regresaría la memoria para volver a ser los de siempre hasta el final. Pensé tanto en nosotros.

Igual que tú, ella iba y venía. Casi siempre por sólo unos minutos recobraba la memoria y él lo sabía por su mirada como a mí me sucede contigo, porque a pesar de que para muchos estás irreconocible, cuando he publicado fotos de esos esporádicos momentos tuyos de lucidez y brillo, los que te quieren te reconocen y suspiran al recordar lo extraordinaria que has sido en sus vidas.

Tristemente, cada vez con más frecuencia hablo de ti en pasado y aun estando contigo y teniéndote a mi lado, cada vez más pienso en nuestros tiempos de antes porque es mucho más gratificante que aferrarme a un presente y a un futuro que cada día se me hacen menos tolerables. Qué tristeza. Como quisiera tener yo la cura para tus males. Como quisiera que nada de esto nos hubiese sucedido y haber seguido madurando y envejeciendo a tu lado y celebrando todo lo que pudo haber sido pero que ya no es y que quizá no será nunca más.

Te tengo pero te extraño y por ahora me quedo a tu lado, porque quizá no se desprenderme de ti y de tu recuerdo o, quizás, porque sigo pensando que aun me necesitas y que podré ayudarte. Cuánto te extraño y cuánto te amo Venezuela.

jueves, 9 de febrero de 2017

Nuestra adicción al petróleo


En 1992, hace ya 25 febreros, un sector de la izquierda venezolana, usando a las Fuerzas Armadas, intentó derrocar sin éxito al gobierno de CAP. Luego, en 1998, el mismo grupo, usó entonces a la democracia y sus libertades, para lograr una importante mayoría electoral y comenzó a controlar los destinos del país.

Cuarenta años antes, después de finalizada la dictadura de Pérez Jiménez (1948-1958), que había sometido tanto a los demócratas como a los comunistas, los partidos AD y COPEI ganaron elecciones y protagonizaron una seguidilla de cuatro gobiernos civiles que fueron referentes para el continente y para el mundo.

Los cuatro gobiernos, de Betancourt, Leoni, Caldera y de CAP, hasta 1979, protagonizaron una etapa de estabilidad, libertades, inclusión, crecimiento y desarrollo. Controlaron y dejaron de temer a los militares golpistas y a los guerrilleros comunistas y regaron el país con salud, educación y progreso, e incluso, ayudaron a que algunos vecinos de la región, también comenzaran a disfrutar de la democracia.

Más atrás, hace un siglo, otra dictadura cuando el país tenía una pequeña y pobre economía, a través de empresas norteamericanas, comenzó a explorar, producir y exportar petróleo y, al cabo de pocos años llegamos a ser unos de los productores y exportadores más grandes del planeta, y logramos crecer como nunca antes. Desde entonces, nuestra economía ha estado basada en el negocio petrolero, que estando en manos del estado, ha facilitado, entre otros procesos políticos, aquellos primeros 20 años de consolidación de la democracia representativa (y también, sin duda, estos últimos 18 de la "revolución").

Retomando, entre 1979 y 1999, otros cuatro gobiernos: de Herrera y Lusinchi y de nuevo de CAP y de Caldera, por no hacernos rectificar exitosa y oportunamente cuando la factura petrolera se hacía insuficiente, apagaron nuestro ímpetu y aumentaron nuestras deudas, mientras le abríamos las puertas a la corrupción y a la pobreza, que luego serían las banderas de la izquierda extrema. Venezuela llegó al final del siglo XX, con una gran deuda interna y externa y al vaivén de sucesivas crisis en todos los sectores.

En 1999, llegó al poder la autodenominada revolución bolivariana, un cóctel de militares y marxistas (como se reconocería años más tarde) con la intención de terminar de destruir aquel modelo democrático de cuatro décadas, al que acusaban de ser excluyente, corrupto y alienado al imperialismo norteamericano. Ahora, cuando han detentado el poder por 18 años, nadie duda de que hayan logrado hacer un cambio político, pero agigantando los mismos errores que nos han tenido ordeñando a una industria a la que hace mucho que se le atrofiamos la capacidad para desarrollar por si misma al país.

La facilidad y cuantía de la riqueza petrolera nos ha seducido de tal manera que nos ha hecho eunucos incapaces de concebir otras formas de construir un futuro sólido y moderno y si bien el petróleo nos ha traído beneficios en este último siglo, notables al compararnos con lo rurales y enfermos que éramos en 1917, tristemente nos ha deformado más allá de ideologías y posturas políticas, haciéndonos expertos en aprovechar el poder para robar. Después de estos últimos 40 años, debemos figurar entre los países que mayor cantidad de millonarios mal habidos per cápita hemos generado, mientras que seguimos estancados o, lo que es peor, retrocediendo a toda marcha.

Venezuela ha vivido al vaivén de los precios del petróleo, sin que se hayan aprovechado los picos para ahorrar o para reducir nuestras deudas. Por el contrario, siempre que se ha podido, se ha aprovechado la garantía que nos da el vivir encima de una de las reservas de energía fósil más grandes del planeta, para anticipar los beneficios que habrá de generar nuestro petróleo en las próximas décadas y esos beneficios se han gastado antes de producirse. Sólo se han gastado. No hemos invertido para asegurarnos otras fuentes de riqueza y estabilidad.

Justo ahora, Venezuela está peor que cuando llegaron los actuales titulares del poder político. Retrocedimos en libertades, en creatividad, en oportunidades, en reservas y, en general, en todos los ámbitos y, lo que es peor, no hemos sido capaces de darnos una visión coherente y moderna de lo que somos o debemos ser y, en consecuencia, no hemos sabido cómo salir del pozo de oro negro en el que nos seguimos hundiendo.

Hemos abusado tanto de nuestra supuesta fortuna que a pesar de que de 2011 a 2014 el precio subió hasta los 100 dólares por barril, sólo uno o dos años después nos hemos sumido en una miseria y una inseguridad que, entre otras calamidades, obliga a cada vez más personas a hurgar las basuras ajenas en busca de algo comer y mantiene a tropas de jóvenes de 20 años de edad tratando de vender cafés y cigarrillos detallados para sobrevivir.

Entre otras muchas cosas, aunque como base estratégica, Venezuela necesita parir un nuevo acuerdo de unidad y un plan estratégico de largo plazo que incluya lo aprendido en el último siglo y, sobretodo, que cure nuestra adicción al petróleo. A juzgar por las poco discutidas propuestas alternativas al modelo actual de las que he leído o escuchado, tanto de los profesionales como de la gente de a pie, la adicción sigue tercamente intacta a juzgar por la manera en que las mayorías se horrorizan al oír hablar de privatizar a PDVSA.

Dadas las graves dificultades que atravesamos en este momento, parecería haber llegado el tiempo para acordar estas estrategias, sin embargo, la cotidianidad nos mantiene sometidos a un poder que se aferra y que aun siendo minoría no reconoce alternativas, sino enemigos y traidores. Mientras tanto, el país y su gente se siguen transformando en algo diferente, con valores y conductas propias de una época de guerra que, como es lógico, sólo nos tiene pendientes de qué se comerá mañana o de cómo irnos a otro país. 

¿Será que el destino espera que cambiemos nuestra mentalidad rentista antes de dejarnos pasar de página? ¿Será que por eso es que se nos ha hecho tan largo y complejo este parto?

viernes, 30 de diciembre de 2016

¿Qué nos depara el 2017 en Venezuela?

Si los pronósticos que para Venezuela se leían hace dos años resultaron tímidos ante la desastrosa realidad con que se recordará al 2015 (con excepción de los resultados de las elecciones legislativas), la foto de cierre de 2016 nos está mostrando otro triste y gigante deslave que ha estado arrastrando con gente de las 1.136 parroquias del país.

En lo económico, cayeron los ingresos en divisas y por consiguiente las importaciones, las reservas per cápita bajaron a su mínimo en décadas, el Bolívar sufrió una de sus más extremas devaluaciones, el financiamiento público alternativo se secó y el tradicional no está disponible desde hace años y la inflación se aceleró y está terminando de cumplir todos los requisitos para ganarse el prefijo “híper”. En fin, la economía entró en una depresión al contraerse por tercer año, siendo “depresión” lo siguiente peor a lo que se pasa después de recesión.

Una ya vieja crisis eléctrica alcanzó su clímax histórico a final del primer semestre (que incluso casi paralizó al estado y al país por varios meses), la delincuencia siguió desbordándose y la tasa de homicidios está pasando de 90 asesinados por cada 100.000 habitantes y, por su parte, el desabastecimiento y la escasez se han hecho consustanciales a Venezuela. En el terreno político, la confrontación entre los poderes centrales y la oposición, al desconectar la válvula electoral, ha dejado un tufo a dictadura que no se disimula ni con inciensos ni con bicarbonato y limón. 

En las grandes ciudades, en las que no se puede cultivar ni pescar, los que ya no tienen ni para hacer colas ni para esperar por un CLAP, han comenzado a pelearse para escarbar las bolsas que sin éxito intentan contener los desechos orgánicos de cada cuadra mientras que en las cárceles y los centros intermedios de retención, los presuntos de siempre le han abierto espacio a más de cien políticos y ciudadanos cuyos delitos son sólo extravagantes adornos jurídicos para disfrazar la incomodidad que generan con su disenso activo y hasta con sus opiniones, que dejaron de ser derechos por estos lados.

Ahora bien, en 2015 y en 2016 la aceleración de la caída fue tan grande que cuesta creer que 2017 vaya a ser mucho peor. No digo que vayamos a mejorar sino que probablemente estamos llegando a la parte baja de la montaña y, en consecuencia, aunque no podamos hablar de una mejoría, me atrevería a pronosticar un año relativamente parecido a 2016, lo que es una maldición, pero menos demoníaca que la que vaticinan algunos expertos.

Tristemente, esto es lo más optimista que puedo ser sobre los próximos doce meses y lo hago, seguramente, para consolarme con la idea de que quienes hemos sobrevivido a este duro año, por aquello de que “lo que no te mata te hace más fuerte”, estaremos mejor entrenados para salir airosos de la nueva temporada de nuestra propia franquicia de zombis: “Venezuela, The Walking Dead”.

Si 2016 fue 3 veces peor que 2015 y 2017 va a ser tres veces peor que este año que termina como algunos afirman, dentro de un año la inflación estaría llegando a 2.000%, el dólar pasaría de los 10.000, la economía caería otra vez más de 10% y las reservas quedarían en 5 mil millones de dólares. Sin embargo, al revisar algunos indicadores, es una especie de bálsamo ver que algunas cifras han comenzado a moderar sus caídas, a mostrar estabilidad o hasta insinuar cierta recuperación. 

El precio del petróleo lleva varios meses recuperándose y, más allá de frenar su caída, ha comenzado a ganar terreno y está cerrando cerca de los 50 dólares por barril. Algunas proyecciones indican que éste será el nivel del precio promedio para los próximos meses, de allí que los ingresos de divisas habrán de crecer y, ello, siendo optimista, frenaría la caída de las importaciones y de las reservas. 

La inflación, aunque seguramente repuntará en este diciembre, al revisar las variaciones mensuales que publica el CENDA, aun estando en niveles que pasan de “alerta roja”, también muestra una cierta desaceleración con respecto al clímax de mitad de año. El tenaz desabastecimiento ha dado paso a la discreta e hipócrita flexibilización del control del precio de no pocos productos y aunque a precios de “bachaquero VIP”, muchos de los más buscados han regresado a los anaqueles y así, de pronto, en muchos comercios se han estado dejando ver la pasta, el aceite, el arroz, los granos y la leche líquida. Por su parte, productos vitales como la harina de maíz, este mismo año, han visto crecer su precio oficial con fuerza, en el caso de la harina, desde 19,50 hasta los 640,00 Bolívares (más de 30 veces).

Por todo esto y creyendo que ya no hay la misma distancia hacia abajo que hace uno y dos años, es que me atrevo a pensar que 2017 no será mucho peor que este año. Y repito, no se trata de creer que sin cambios en la dirección y conducción vayamos a mejorar, sino que aun perpetuando el modelo y las formas actuales, la caída y la aceleración podrían estar frenándose. Pero, ¿acaso es este intento de predicción un  consuelo para alguien? No, definitivamente no, y está por verse hasta donde puede continuar un país tolerando esta dura realidad.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Economía-VE 2016: annus horribilis

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Anticipándome unos días al cierre del cuarto año de un periodo constitucional muy accidentado (el tercero de la era chavista al descontar la transición inicial de 2 años), la economía venezolana muestra los peores indicadores del último siglo.

Decrecimiento, inflación, pobreza y desequilibrios son los primeros cuatro adjetivos que pueden acompañar a los resultados de una economía que se mantiene aporreada y descontroladamente intervenida por un gobierno que desoye las críticas y desprecia cualquier enmienda, se desentiende de los indicadores macro-económicos modernos y sigue insistiendo por un camino de penitencia y asfixia a lo privado para seguir apropiándose de los medios de producción como mecanismo de control total de la sociedad.

Se estima que en estos 4 años, la población ha crecido algo más de 2%, hasta pasar de 31 millones de personas, mientras que en el mismo plazo las reservas internacionales han caído a la mitad. Es decir, que medido por las reservas, cada venezolano dispone de la mitad de lo que tenía a comienzos de 2013 (la caída es aun mayor al medir solamente las reservas líquidas). Estamos en una depresión al sumar un tercer año de retroceso del PIB. Aparentemente, este año habremos transado un 10% menos de productos y servicios que el pasado y más de un 20% menos que en 2013. Las cifras nos pueden enredar pero dicen, entre otras cosas, que la economía perdió una quinta parte de su tamaño.

He decidido no intentar reseñar sobre al endeudamiento de la república por no saber dónde consultar cifras o estimados sin embargo todo hace suponer que nuestras deudas han crecido tanto como lo han permitido nuestros nuevos prestamistas (los viejos sólo van pendientes de seguir cobrando los préstamos más viejos).

Si nos fijamos en la inflación, lo que costaba Bs. 100 a comienzos de 2013, hoy cuesta Bs. 5.210. En contraparte, el que ganaba Bs. 100, hoy gana 3.030 Bolívares, es decir que las remuneraciones por el mismo esfuerzo compran el 58% de lo que compraban hace 4 años. Otra triste evidencia de nuestra poca producción, nuestra triste productividad y de la pobreza generalizada del país, ya que no pocos millones de ciudadanos ganan apenas para cubrir gastos de alimentación. Por su parte, el costo del dinero o lo que hay que pagar por préstamos formales sigue  en torno a 30% anual cuando se estima que sólo en 2016 la inflación pasa de 600%. Una enfermedad llamada híper-inflación está en plena progresión.

Si comparamos el valor de nuestra moneda contra el del Dólar Norteamericano, en 4 años hemos visto una devaluación de 15.000% (una cifra muy difícil de tragar). En cuentas simples, el Bolívar se ha pulverizado al perder 99% del valor de intercambio que tenía a comienzos de 2013 y, en consecuencia, la moneda perdió sentido como instrumento de intermediación (ni hablar de ahorro). La evaluación empeora al analizar los problemas con el efectivo y el absurdo cono monetario que está comenzando a ser actualizado sin ninguna previsión logística.

Todo esto ha ocurrido durante un periodo en que el estado sigue sin diversificar sus ingresos, ordeña una golpeada industria petrolera que más allá de tener menor capacidad de producción, ha visto como el precio del barril perdió el 64% de su valor.

En resumen, después de los últimos 4 años hemos perdido 50% de nuestras reservas, crecieron nuestras deudas, la capacidad de compra del salario retrocedió 42%, el valor internacional del Bolívar cayó un 99% y las ventas petroleras retrocedieron, al menos, un 64%. Esto refleja una debacle en todos los indicadores y hace presumir que la pobreza y la pobreza extrema han pegado un exuberante brinco en estos cuatro años.

Viéndolo en retrospectiva, una vez más debo concluir que hacerlo tan mal sólo tiene que ser parte de un plan ya que luce imposible una equivocación de tal magnitud.

Por ahora y de cara al 2017, no se anticipa ninguna corrección de estrategias de este gobierno para enrumbar la economía en un sentido opuesto al actual, en consecuencia a menos que nuestro petróleo triplique su precio al corto plazo, en los próximos 12 meses padeceremos tanto como en el año terrible que estamos despidiendo. Va tomando sentido esa dura frase de que la economía de un país no tiene fondo y siempre puede seguir cayendo... lamentablemente.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El golfeado en la historia de Caracas

El golfeado es un insigne y típico dulce venezolano. Es un enrollado de pan de cinco vueltas, inspirado en las caracolas españolas o los rollos daneses aunque es una muestra concreta de nuestra costumbre de mezclar lo dulce con lo salado. Está bañado de “papelón” con pequeños trozos de queso blanco duro y salado y además se puede coronar con una rodaja del queso blanco suave que en Venezuela se conoce con el nombre de “queso de mano”.

Aunque la biografía de tan famoso dulce no es precisa, porque varias personas y zonas de Caracas reclaman la autoría, la mayoría de los cuentos de su génesis coinciden en las primeras décadas del siglo XX y en la gran Caracas (la capital de Venezuela y su periferia). Desde que empezó a salir de aquellos primeros hornos de leña, su receta fue copiada y se extendió con fruición y, posiblemente, aunque lo que sigue no cuenta la historia del primer golfeado, si muestra un punto de inflexión en su camino a la fama.

En los años treinta del siglo pasado, la Panadería Sucre de Los Dos Caminos, fundada en 1912 como una pulpería y ubicada al este de Caracas en la bifurcación que entonces permitía salir de la ciudad hacia los estados orientales (la actual avenida Rómulo Gallegos) o seguir hacia el pueblo de Petare (la actual avenida Francisco de Miranda), marcó un antes y un después en la historia de este dulce.

A pesar de que la ciudad de Los Teques y el pueblo de Petare reclaman la autoría del golfeado, dicen que la fama de los horneados en aquella panadería atrajo la atención del todopoderoso caudillo Juan Vicente Gómez, quien se trasladó hasta Los Dos Caminos para comprobar la veracidad de lo que tanto se hablaba en la capital. El visto bueno y los halagos del presidente venezolano catapultaron al golfeado y a aquella panadería a su fama definitiva.

Aunque la panadería sigue abierta con el nombre de La Amistad y queda justo al lado de una moderna torre empresarial y al frente de un centro comercial con una de las arquitecturas más vanguardistas del país, sigue manteniendo el aspecto y el aire de un local rural de hace casi un siglo. Después de conocer esta historia y visitarla, es fácil imaginar el revuelo que generaron Gómez y sus acompañantes aquel día de 1930 en que decidieron probar una delicia que se convirtió para siempre en una de las piezas claves de la bollería venezolana.

sábado, 12 de noviembre de 2016

¿Guerra o diálogo?

Durante la primera parte de los últimos 18 años, digamos hasta 2001, como hoy podría estar comenzando a suceder en otras latitudes, los venezolanos comenzamos una etapa que nació de una exitosa estrategia electoral y que convirtió en combustible para echar a andar un nuevo modelo de país, los auténticos sentimientos de exclusión de una mayoría (3,67 millones de venezolanos votaron al militar golpista Hugo Chávez).

Sin pausa, el chavismo avanzaba y se blindaba derrumbando todos los obstáculos y referentes previos, malos y buenos, mientras los que siempre nos hemos opuesto seguíamos tolerando ser sometidos y vapuleados como minoría y aunque firmes, andábamos descabezados o cabizbajos y deprimidos en el mejor de los casos. Desde allí el chavismo siguió fortaleciéndose y creciendo aunque casi siempre recibiendo oposición activa. El chavismo se definió girando a la izquierda, mientras la alternativa seguía debatiéndose entre revivir o terminar de morir y pagar sus pecados.

Así llegó el 2006, hace 10 años, y la alternativa se aceptó como minoría y renació gracias a un acuerdo sensato de Teodoro Petckoff, Manuel Rosales y Julio Borges. La oposición se unificó electoralmente, se comprometió para construir una nueva mayoría y aunque el chavismo siguió en el poder, efectivamente, con más poder y con más recursos, también comenzó a cometer errores estratégicos. El cierre de RCTV y la pérdida de un referéndum que intentaba imponer un estado socialista, fueron dos fracasos chavistas en 2007 que, entre otras cosas, despertaron a una generación de estudiantes que hoy en día ya ha ocupado puestos protagónicos de nuestra clase política.

En 2008 nació la MUD mientras que el chavismo ya se intoxicaba con su prepotencia y comenzó a imponer su proyecto socialista en contra de lo que entonces quería el venezolano. Sólo un ingente ingreso extraordinario por los elevados precios del petróleo le permitió seguir avanzando y la mayoría popular se hizo la vista gorda, tolerando excesos oficiales a cambio de negocios, regalos, subsidios y viajes de placer o de “rebusque” con dólares baratos. El venezolano le terminó de ceder todo el poder a Chávez cuando en 2009, una mayoría importante pero más pequeña, aprobó que todos los cargos de elección popular, pudieran presentarse indefinidamente a la reelección.

En 2011 se enfermaron, tanto la economía venezolana como Chávez. De cara a su tercera y última reelección se quemaron todos los cartuchos y se vaciaron las cuentas públicas. El chavismo lo volvía a lograr, sólo que ya cada triunfo era más abusivo, menos democrático y sin la contundencia y frescura de sus primeros días. A pesar de volver a ganar en 2012, Chávez se agrava y desaparece al final de ese año. También la economía se agrava y comienza a caer al vacío en el que sigue sumergiéndose.

En 2013 deben repetirse las elecciones para reemplazar la vacante que dejó el desenlace de la dolencia del caudillo y sólo la inercia y el abuso de los poderes hicieron que Maduro fuese reiterado con una mayoría que apenas superaba a su oponente. Las cuentas públicas siguieron mostrando un deterioro cada vez más pronunciado. El haber atacado y desmontado la producción nacional y la inversión privada aunado a una administración irresponsable y corrupta, nos terminó de sumergir en la crisis gigantesca que cada día nos castiga con más fuerza.

Sin dinero, sin apoyo popular y sin flexibilidad para entender que la terquedad se está convirtiendo en delito, comenzó la represión y las maneras dictatoriales. No ha habido ninguna aceptación de errores y mucho menos correcciones. El chavismo de Maduro seguía perdiendo la precaria mayoría que tuvo hasta 2013 y no ha parado de causarnos graves daños.

A finales de 2015 se hizo evidente que las preferencias del venezolano ya no estaban en venta y, por vez primera en 17 años, justo cumpliendo 17, el chavismo saboreó una dolorosa y contundente derrota. El poder legislativo quedó mayoritariamente en manos de la MUD (votada por 7,73 millones de venezolanos), por lo que el PSUV asumió formas que se pensaban enterradas, rescatando tácticas de manipulación y represión que en su momento usaban Cipriano, Juan Vicente y Marcos.

El chavismo de Maduro se olvidó de la constitución porque ya sin mayoría y sin convicciones democráticas, sólo le queda amenazar y actuar con una justicia cómplice, con los soldados, con las armas de la “república” y con la fuerza que aun le brinda el dinero público que gasta sin control. Por ello, no duda en “invitar” incesantemente a que la oposición desenvaine y se bata en un duelo cuerpo a cuerpo porque sabe que en ese terreno la dividirá y la vencerá para luego usar el desánimo y la impotencia que genere para seguir más tiempo a cargo de un desastre que se empeñan en seguir llamando revolución.

Toda esta pesadilla que en pocos días está por celebrar la mayoría de edad, ha empujado a entre 5 y 10% de la población a buscarse la vida en otros países. El terrible modelo económico ha empobrecido a la mayor parte de los que acá seguimos. Una pequeña élite, aunque renovada por no pocos piratas profesionales, como es de suponer, mantiene su capacidad y su nivel de vida. Los que le siguen y que alguna vez éramos clase media, ahora nos alimentamos y nos curamos con limitaciones y seguimos perdiendo capacidad e ilusión a pasos agigantados. Por último, la gran mayoría se ha empobrecido al extremo y ha comenzado a dejar de cubrir sus necesidades básicas a pesar de que ha comenzado a ser común que la gente tenga dos empleos para intentar sobrevivir. 

La pobreza extrema, un fenómeno que en Venezuela se limitaba a caseríos del interior del país, según los estudios de Luis Pedro España, ahora abunda en las grandes ciudades, en las que cada día proliferan nuevos mendigos y buscadores de restos de comida en los basureros de todas las calles, a cualquier hora del día y que ya sin ninguna pena comen las pocas sobras de una sociedad que vive con miedo, tristeza y frustraciones pero que sigue aferrada a la esperanza de un cambio.

Hace muy poco que la MUD, a pesar de no hacerlo por unanimidad o por clamor popular, escogió dialogar y negociar con el gobierno, con la intermediación del Vaticano, quien además está acompañado por otros actores de dudosa imparcialidad. Al parecer la MUD decidió que aun en desventaja y con probabilidad de ser engañada, puede haber encontrado un medio menos oneroso y sangriento pero que podría ser más efectivo a mediano plazo que el choque frontal y desigual al que casi llegamos hace 2 semanas.

Hasta hace un mes, los tiempos de la MUD se medían en días y los del chavismo en años. Es muy posible que los tiempos de la negociación tomen varios meses pero es fundamental que cuando el país pase al próximo estado para balancear los poderes públicos, sea mucho más fácil la reconstrucción por haber escogido este tipo de desenlace que habrá de desactivar y apartar a los radicales.

Los tiempos del hambre, el sometimiento y la desesperanza parecen eternos pero por preferir, por ahora, los prefiero a los tiempos de la guerra. Aun sin estar ni un ápice conforme o feliz con la idea de que nos sigamos hundiendo por unos meses más, debo dar mi apoyo irrestricto a la sensatez y a la construcción inteligente y civilizada de una nueva realidad que nos deje retomar la senda de la normalidad y el progreso sin guerrilla, sin terrorismo y sin revoluciones trasnochadas. 

Algunos creen que tal construcción inteligente y civilizada del futuro venezolano es un espejismo, "otro engaño del chavismo", dicen, o incluso que "hay un oscuro arreglo tras bastidores". Nadie duda que el chavismo se quiere aferrar pero por sanidad mental necesito abrazar la imagen de que Venezuela está comenzando a cerrar esta terrible etapa y que así como la caída del muro de Berlín o la Perestroika abrieron nuevas etapas de forma pacífica para Alemania y Rusia, nosotros también habremos de lograrlo y hemos comenzado a hacerlo.



viernes, 28 de octubre de 2016

Economía gravemente enferma

Y acá vamos con el tema de las compensaciones laborales, una vez más.

Desde el 1° de noviembre de 2016, se ha decretado que el sueldo mínimo mensual sea algo más de 27 mil Bolívares y que el bono para alimentación sea de 2 mil 124 Bolívares diarios o Bs. 63.720 al mes. 

En 2016 el ingreso mínimo se ha ajustado 6 veces por decreto. En promedio, cada dos meses. El salario en 4 oportunidades y el bono, en 5. En total, el salario actual es 180,9% mayor que el de enero y el bono subió 844%. El ingreso mínimo se ajustó 453,8% en 2016.

Todas las lecturas son malas. En primer lugar, una economía que cada dos meses tiene que decretar un ajuste de la base salarial y de los ingresos mínimos está muy enferma y si tal ajuste es para casi sextuplicar dicha base en un año, la situación es muy grave. En ausencia de información pública del INPC, de tales ajustes se puede inferir que la inflación anualizada, como mínimo, ronda el 500% y a juzgar por indicadores no oficiales y mis percepciones, estos ajustes salariales ni remotamente han aumentado el poder adquisitivo de los trabajadores formales. En otras palabras, el ingreso mínimo de Bs. 90.812 de noviembre compra bastante menos de lo que en enero se compraba con Bs. 16.398,15. 

Todo este entorno de desplazamiento desigual de las escalas de valor del trabajo y de los bienes y los servicios, ha generado un problema adicional que quiero reseñar. El billete de mayor denominación sigue siendo el de 100 Bolívares y así ha sido desde hace 9 años. En enero de 2008, se usaban 11 o 12 billetes de 100 para un ingreso mínimo y hoy se necesitan más de 900.

Bien sea por algún complejo que les hace ignorar la terrible realidad que ellos mismos han deformado, o por incompetencia, o por intereses ocultos o por todas las anteriores, el gobierno y el Banco Central de Venezuela no han cambiado el cono monetario por lo que vivimos haciendo filas frente a unos cajeros automáticos que sólo descansan cuando se quedan sin efectivo (que es cada vez más frecuente) y dedicamos un par de horas cada mes para llenar nuestros bolsillos de billetes que nunca alcanzan para los gastos menudos. El comercio de efectivo se ha convertido en otra de esas extravagantes consecuencias del socialismo del siglo 21.  

A juzgar por el valor comparativo internacional de los principales productos y servicios básicos, el salario de un trabajador venezolano debe ser de unos 4/5 dólares diarios (USD 120/150 al mes) y es, tristemente, el más bajo de nuestro entorno regional.

El gobierno venezolano y sus economistas siguen aplicando las mismas medidas que hace 6 años servían para maquillar la pobre economía venezolana pero esas mismas medidas ya no pintan nada, más allá de carencias y miserias. Sin duda, es parte del plan de dominación política. 

Si esto no es hiper-inflación, ¿alguien sabe cómo se llama?

jueves, 13 de octubre de 2016

Se está rompiendo la cuerda

Escribo ya metido en el último trimestre de un año terrible para Venezuela: 2016.

Si bien el balance de las sensaciones del año nos invita a olvidarlo pronto, se hace indispensable que aprendamos a reconocer hasta dónde nos pueden llevar cuando le damos todo el poder a una parcialidad capaz de decidir y hacer tantas cosas torcidas a la vez. Pero 2016 no está sólo: 2014 fue malísimo y 2015 fue terrible, sólo que este año hemos corrido el maratón de las catástrofes.

A estas alturas del año, las esperanzas de que 2017 rompa este molde, siguen allí pero aun encerradas y aunque sabemos que podrían liberarse, aun no se pueden oler ni ver. Este año pasará a la historia, sin duda, sólo falta saber si como el año en que la inmensa mayoría del país sentó las bases para ejercer su derecho de cambiar de destino o si como el año en que una dictadura empeñada en que no quedara piedra sobre piedra, hizo sus últimos intentos por someternos.

De acuerdo con la más reciente encuesta pública de Venebarómetro, el gobierno de Maduro se ha convertido en una fábrica de opositores. A finales de 2015, justo antes de que la MUD se hiciera con la mayoría de la Asamblea, menos del 40% se auto-definía como opositor. Al día de hoy, ese porcentaje ha crecido hasta el 54% y eso no quiere decir que el resto del país es chavista porque sólo un 27,5% se define como tal, sino que el restante 19,5% aun se resiste a estar alineado con alguno de los dos polos.

Aun así, el 86,7% de los votantes probables en caso de que se celebre el referendo, revocaría a Maduro y a su gobierno, en contraste, el 12% quiere que siga hasta 2019. Es decir que la decisión de cambiar al gobierno se ha convertido en un anhelo nacional que por primera vez en varias décadas pone de acuerdo en algo trascendental a casi 9 de cada 10 venezolanos.

El líder favorito para un eventual nuevo gobierno que cambie el rumbo del país sigue siendo Leopoldo López. Le acompañan en preferencias, Henrique Capriles y Henry Ramos. Sin cerrar la pregunta, cuando se le pide a la gente que valore los liderazgos políticos más visibles, repiten en las tres primeras posiciones positivas, Capriles, López y Ramos, acompañados por Chávez, Henry Falcón, Aristóbulo, Maduro y Jorge Rodríguez, en orden descendente y con valoraciones negativas. El mayor rechazo lo genera Maduro, reprobado por el 72%.

Tres de cada diez chavistas tampoco quieren a Maduro. De allí que sólo cuente con el apoyo del 20% de la opinión pública (que aun me resulta un porcentaje inmenso para el desastre que ha protagonizado con su gestión). Hace unos días un analista con acceso a fuentes chavistas comentaba que ellos aseguran que dentro de ese 20%, hay un importante porcentaje que está dispuesto a dar la vida para defender a su gobierno y en parte por ello siguen obstaculizando con tanta altivez, cualquier salida que les excluya.

A finales de mes, protagonizaremos el siguiente capítulo del #Referendo2016 y aunque la mayoría de los entendidos piensan que es improbable que tal consulta se realice, su organización y avance continuarán metiendo presión al gobierno y es ésta la única forma de forzar un cambio , que se dará cuando tal presión rompa la unidad chavista (Militares, TSJ y CNE) que hasta ahora sigue sosteniendo al gobierno.

La crisis avanza y se transforma. Se reabrió la frontera con Colombia y momentáneamente, el gobierno se ha olvidado de los "precios justos" para algunos productos básicos importados que están apareciendo en los estantes de los comercios formales (azúcar, granos, pasta, aceite, arroz, etc.), por lo que la escasez le estaría cediendo su puesto a la inflación como principal problema del consumidor. 

El ajuste salarial  decretado en agosto, como siempre inconsulto y desconectado de los involucrados y sus realidades, ha vuelto a disparar una ya agobiante recesión inflacionaria que desde el andén está empujando a cada vez más venezolanos a las vías de una arrolladora e indetenible pobreza. La inseguridad ciudadana, la precariedad de los servicios públicos, la emigración de profesionales y emprendedores y el acoso judicial a la disidencia política terminan de configurar el momento más triste del país en más de medio siglo.

Faltando una fracción de trimestre para que lleguemos al 2017, hay varios contrastes con la fotografía de hace un año. Los gobiernos de Brasil y Argentina, los dos más grandes países de la región, ya no son chavistas y nuestra Asamblea y el 70% del electorado de Venezuela tampoco. Con más frecuencia, el gobierno de Maduro tiene que recurrir a tácticas cada vez menos democráticas para intentar mantener el control por lo que los apoyos internacionales se le están esfumando.

A pesar de que el precio del petróleo no se recupera, Maduro sigue sin ajustar ni un grado el rumbo. Ha estado evadiendo el Referendo y las elecciones regionales de Gobernadores, mientras la economía cae con fuerza por tercer año consecutivo. La inflación no oficial por lo menos duplica a la que se publicó en 2015 por lo que vamos a una híper-inflación “a paso de vencidos” y la escasez de productos básicos de alimentación, salud e higiene ya es un hecho distintivo de esta economía. La pobreza y el descontento crecen cada semana mientras el discurso oficial sigue sin modificar una sola frase.

Más allá del cómo, un repaso de la historia de las últimas décadas nos dice que esta situación ha comenzado a ser insostenible e irreversible y, más temprano que tarde, el cambio ha de llegar impulsado por las diligencias de los venezolanos que tenemos la tarea de reconstruirnos, esperando que sepamos aprovechar las lecciones de otras sociedades que salieron con bien de errores históricos de este misma tonalidad.

El tiempo sigue pasando y el que el desespero y la impotencia de la sociedad siga creciendo ante un pésimo gobierno que parece no tener fin, no significa que la cuerda que lo sostiene no esté a punto de romperse. Todo indica que la elasticidad se está acabando y aunque nunca lo van a reconocer, la cuenta regresiva para ellos, parece estar terminando.