martes, 5 de julio de 2016

Pensando la Venezuela del 2050

Después de más de 17 años tolerando que la dirección y la visión de mi país me hayan sido ajenas y, viviendo como tantos una amplia y profunda crisis que no ha parado de crecer y ramificarse desde 1983, mi posición ante los hechos políticos ha dejado el terreno de las preferencias para convertirse en convicciones irrenunciables, toda vez que lo que acá sucede no deja de meterse con mis bolsillos, con mi tranquilidad y con mi calidad y esperanza de vida pero también, como no sufrirlo, con la dignidad y el futuro de la mayoría de mis compatriotas, de mis vecinos, de mis compañeros de trabajo, de mis amigos y de mi familia.

Toda mi vida he votado por opciones distintas a que las que han asumido el poder. En otras palabras, he acumulado una antigüedad de más de 30 años en el club de las minorías y aunque esto no me hace sentir menos culpable o responsable por lo que acá nos está pasando, al menos me ha hecho cultivar la tolerancia y la paciencia. Aun sabiéndome entre los que no han escogido a ninguno de los últimos seis gobiernos, desde 1988 hasta el presente, he vivido con la esperanza de celebrar sus aciertos y deseando que nos sorprendan para beneficio de todos... Y nada.

A estas alturas, indignado y escarmentado he llegado al punto en que mis preferencias políticas son principios y como sigo queriendo contarme entre los que lo intentan resolver esta larga pesadilla sin emigrar, me aferro a la esperanza de enterrar la actualidad y ayudar como pueda a que construyamos un país nuevo que se aleje de lo que ya hemos probado con tan alto costo y tan magros resultados.

Aun sabiendo que hay poco que reconocer, espero no seamos sectarios y prepotentes para echar al desagüe las pocas buenas iniciativas públicas que se hayan podido desarrollar en estas tres décadas. Ahora bien, espero que también estemos bien claros sobre las políticas y posiciones que tenemos que enterrar. En el terreno económico debemos ser más liberales, mucho más. En el terreno social, sensibles pero confiando más en ayudar con capacitación, orientación, créditos e incentivos que sólo repartiendo las regalías petroleras. En lo cultural, debemos abrazarnos a nuestra forma de ser para celebrar nuestra riqueza tangible que serán los verdaderos valores venezolanos. Y, en el ámbito político, debemos desterrar el caudillismo, el populismo y el militarismo invirtiendo en el fortalecimiento y aprovechamiento de las instituciones y las actitudes realmente democráticas.  

Confío en que pronto celebremos la llegada de esta nueva etapa, pero con una nueva visión de un futuro que, sin duda y con fuerza, diversifique la vocación comercial del país más allá de sólo la exportación de petróleo y de materias primas. Va siendo momento de hacer una reforma educativa que nos permita varias cosas fundamentales: despegarnos del modelo de sólo memorizar contenidos, rediseñar los niveles educativos para acortar el tiempo en que cada persona le es útil a sí mismo, a su familia y a la sociedad y eso pasará por no dejar toda esperanza individual de un futuro mejor en cursar una carrera universitaria tradicional.

Venezuela tiene que tejer una red o una matriz que integre sus vocaciones y fortalezas, necesidades y oportunidades a los largo de sus 1.136 parroquias que se integren en los 335 municipios y los 24 estados para atender las necesidades básicas de sus más de 30 millones de ciudadanos y de muchos millones más que viven más allá de nuestras fronteras físicas. La tecnología está allí para aprovecharla y hacer una verdadera revolución que nos permita construir futuro para éstas y las próximas generaciones.

En Venezuela tenemos que hacer una planificación estratégica, al menos, para 30 años. Tenemos que ser mucho más que petróleo con urgencia. Tenemos que alinear las maravillas de nuestra geografía con lo maravilloso que va a llegar a ser nuestra gente y su organización y no volver a pensar en que somos un país rico porque tenemos mucho petróleo, oro, agua o sol sino por la claridad con la que seamos capaces de hilvanar un tejido humano que construya, mantenga y mejore la Venezuela que en 2050 sea referencia  de bienestar, desarrollo y felicidad para la humanidad. Si en este empeño podemos embarcarnos con varios de nuestros vecinos de la región, pues muchísimo mejor.

Llego el momento de dejar de lamentarnos por sentirnos empobrecidos, extravagantes y alejados del presente y el futuro de la humanidad. Pienso que ya hemos padecido y diagnosticado suficiente para decidir este cambio. El estado actual de Venezuela es tan desastroso que parece más fácil mejorar que seguir deteriorándonos. Las posibilidades están ahí, primero en nuestra mente y en la de millones de quienes como tú y como yo estamos hartos de nuestra realidad y dispuestos a diseñar y construir con nuestras propias ideas y energías la mejor etapa de nuestra historia que sólo sea mejorada por las que vendrán después de 2050.

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