En 2008, Zapatero ganaba su reelección. El PSOE y el PP veían crecer su electorado con la polarización al máximo. El PSOE se hacía con el 44,6% de los votos, el PP con el 40% y el Resto, Nacionalistas y Otros, sumaban el 15,4% restante. El bipartidismo sumaba el 84,6% de las preferencias, el porcentaje más alto del periodo observado.
Después, mientras que Zapatero negaba la grave crisis económica que había estallado hasta que fue demasiado tarde para actuar, las siguientes elecciones tuvieron que adelantarse a 2011. El PP de Rajoy, vencía a la tercera, logrando el 44,6% de los votos mientras que el PSOE de Rubalcaba bajaba al 28,8%, dejando a los Nacionalistas y Otros con el restante 26,6%. El bipartidismo retrocedía al 73,2% de las preferencias, básicamente porque el electorado castigaba con fuerza al PSOE, pero le otorgaba confianza absoluta al PP para que hiciera lo necesario contra la crisis.
De acuerdo con sus argumentos, al comprobar la gravedad real de ésta, el PP modifica su oferta electoral y aplica un importante recorte del gasto público, sube impuestos y flexibiliza los contratos laborales, logrando alejar la intervención, disminuyendo y controlando el riesgo-país e iniciando una recuperación macroeconómica.
Ahora bien, también se fueron destapando alarmantes casos de corrupción que aunados al impacto social de los desahucios, la presión independentista de Cataluña y el índice de empleo más bajo de Europa, hicieron que la indignación nacional concibiera dos nuevas formaciones nacionales: Podemos y Ciudadanos.
Llegan las elecciones de 2015 que aunque fueron ganadas por el PP de Rajoy con 28,7%, dividieron las preferencias en otros cuatro bloques: el 22% para el PSOE, Ciudadanos con 14%, 20,7% para una confluencia de formaciones aparaguadas por la marca Podemos y el Resto con 10,3%.
De esta manera, el bipartidismo perdía un total del 22,7%: 15,9% el PP y 6,8% el PSOE. Por su parte, los Nacionalistas y el Resto también perdían un 16,9% que ahora apostaban por las novedades. Los nuevos partidos se nutrían de votantes del bipartidismo pero también de los Otros.
Sin duda que el español a finales de 2015 estaba castigando a la tradición y se ilusionaba con las novedades. Por una parte, castigaba al PP por la corrupción y los recortes y al PSOE, también por la corrupción y la crisis del desempleo que explotó con Zapatero, sin embargo, el castigo no era tan grande como para dejarlos fuera de circulación porque Rajoy seguía liderando la fuerza más votada, escoltado por la del PSOE.
En los últimos 6 meses, el novedoso reto que el elector español dejó en manos de los principales partidos no se convirtió en gobierno y así se llegó a la primera repetición de elecciones generales, celebradas el 26J.
Ese día, el elector modera el castigo al PP, que es el único que ve crecer su electorado hasta el 33%, 4,3% más que en 2015. El PSOE recibe el apoyo del 22%, 0,7% más que en 2015. Ciudadanos pierde menos del 1% y la alianza entre Podemos e IU pierde, con respecto a la suma de sus porcentajes de 2015, un poco más de 3%, al recibir el 21%. Los Otros se quedan más o menos con lo de 2015.
La gobernabilidad de España sigue siendo ahora un gran reto. Justo un tercio de los españoles confía en que 4 años más del PP son necesarios para cosechar beneficios más tangibles. 35 de cada 100, algo más de otro tercio, no querían más PP aunque no apostaron a una revolución, prefiriendo reformar la actualidad. De éstos, 13 se hartaron de la corrupción aunque se identifican con la Centro-Derecha y 22 se siente más representados por la Social-democracia y aspiran retomar la senda del PSOE. Finalmente, menos de otro tercio del país quiere hacer un gran borrón y cuenta nueva: unos quieren dejar España y otros apuestan a rediseñar el sistema.
En términos de coincidencias estratégicas parece existir un bloque que es clara mayoría, más de dos tercios de la población, los que votan al PP, al PSOE, a Ciudadanos y a un par de partidos regionales. Y, por otra parte, hay otro bloque formado por los más indignados y radicales que quieren cambios drásticos en todos los ámbitos: el económico, el social e, incluso, el territorial.
Al ver a España de esta manera, parece que el español promedio rehúye de una ruptura al pedir un programa especial que concilie el plan básico del PP, que ha sido mayoría, con algunas de las principales ofertas del PSOE y de Ciudadanos. No será fácil construir tal acuerdo, sin embargo, de no hacerlo podrían tener que enfrentar la alternativa de una impredecible refundación de España porque las propuestas más radicales podrían seguir tomando fuerza si no se logra que la mayoría mejore a corto y mediano plazos.
Los cálculos electorales para el futuro van a pesar en las próximas semanas para que los adversarios del PP, sobretodo el PSOE, le facilite las cosas ya que podría ser una acción que debilite más su posición y haciendo que sus diferenciadores sigan perdiendo la fuerza necesaria para recuperar los apoyos mayoritarios del pasado.