sábado, 13 de junio de 2015

Qué lástima que nadie aprende en cabeza ajena

España vive un proceso que en la distancia y con todo respeto me recuerda al que arrancó en Venezuela a principio de los noventas. Hace 25 años, Venezuela estaba profundamente indignada, principalmente, por la vergonzosa explosión de la corrupción administrativa que creció sin aparente control en los 35 años previos de democracia que nos dimos luego de superar la dictadura que nos sometió hasta 1958. ¿Suena?

Usando una perspectiva de izquierdas, todo lo malo y todo lo pendiente de los noventas se achacaba al poder de entonces, a un enfoque de clases y a considerar que la exclusión y las desigualdades, eran consecuencias calculadas y panificadas por un modelo económico liberal que quería perpetrarse en la explotación de los más pobres para hacer más ricos a los más ricos. 

De esta manera, nuestra sociedad, más que buscar una cura real a sus problemas que de fondo eran y son de valores, idiosincrasia, creatividad y pobres controles, se empeñó en un supuesto barrido vengativo, de destrucción y de arrase de todo lo que olía a bipartidismo o desmontaje del supuesto liberalismo que había sido el presunto responsable de todas las injusticias que nos agobiaban.

Pensaban nuestras mayorías que el problema era de personas y de modelo económico y el complejo de superioridad de nuestra izquierda, la real y la clandestina, pronto se embarcó en una acelerada sustitución de personas y nombres pero los problemas se agravaban y la gente gritaba pidiendo más cambio, más y mejor reparto y más pueblo al poder. Así llegó Chávez y el proceso de cambio se aceleró y además de cambiar nombres, cambió la constitución y el resto de las caras pero se olvidó de los problemas de fondo, de los problemas reales porque era más fácil cambiar funcionarios que implantar políticas, leyes e ideas para crecer de verdad.

Hoy día, más de 16 años después de que los indignados tomaron todo el poder en Venezuela, nuestra sociedad ha cambiado para peor porque en vez de cultivar los valores correctos y blindar los procesos para repeler la corrupción venga de donde venga, sólo se usó el cambio para sacar a los "malos" y poner a los "buenos". Esa infantil pero calculada retórica de que la izquierda es buena y la derecha es mala, más que hacer más transparente la administración de lo público, sólo se ocupó de sacar de la foto al oponente (enemigos o traidores los llaman acá), sin preocuparse por la nueva corrupción que de largo, ha sido mucho más grande, miserable y escandalosa que la vieja.

Ojo, lo difícil no es agarrar las viviendas desocupadas y entregarlas a los desahuciados por dignidad y por justicia social. Lo verdaderamente complejo es cómo propiciar un desarrollo que sea lo suficientemente ancho y profundo para que el sistema genere el menor número posible de desahucios porque el que solo reparte, algún día agota y en el proceso destruye los valores del esfuerzo y el trabajo y los sustituye por la adulación política y el tráfico de influencias coartando la posibilidad siempre necesaria de que todos y cada uno ayudemos a construir una sociedad más justa. 

Qué lástima que nadie aprende en cabeza ajena.

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