lunes, 20 de abril de 2015

¿Nos vamos o nos quedamos?

En los últimos años se ha disparado el número de venezolanos que emigran. En esta ocasión no voy a abundar sobre las razones, sin embargo, a juzgar por mi propio entorno, los principales motivadores son: la inseguridad, las dificultades para lograr la calidad de vida que en otro país se logra con el mismo esfuerzo que se hace acá y, en general, porque acá se han reducido considerablemente las oportunidades para realizarse.

De acuerdo con la fuente que se consulte, de Venezuela se han marchado en los últimos 15 años, entre 500 mil y 2 millones de personas (algunos de los cuales han regresado) y acá siguen viviendo cerca de 30 millones. Lo cierto del caso es que aunque no se marcharán los 30 millones parece que se seguirá marchando un considerable número de personas en los meses y años por venir. En Venezuela el fenómeno es nuevo porque entre 1950 y 2000, este país se nutrió de millones de personas nacidas en otras tierras.

Aunque la situación de Venezuela fuese próspera en este momento, no sería capaz de criticar al que decidiese cambiar de destino, así como no me siento bien criticando o descalificando al que no duda en quedarse aquí. Personalmente, no me gustan los límites ni los nacionalismos y abrazo y siempre he cuidado mi libertad de pensamiento y de acción.

De entre mis amigos y familiares que han emigrado, unos más que otros y, de seguro, con las mejores intenciones, me sugieren que emigre (casi desde hace 25 años). Más de una vez, ante la publicación de alguna crítica en las redes, me han contestado: “¿y qué haces ahí?, ¿qué esperas para irte?”.

Tratar de reforzar mi decisión haciéndole ver al que lo está dudando que aunque no sea fácil puede valer la pena (irse o quedarse) me parece algo humano y natural. Pero no es mejor ni peor quien decide tomar o ignorar la oportunidad de cambiar de país, por muy deteriorado que sea el presente o por muy oscuro que luzca el futuro de una sociedad porque hasta el masoquismo es una opción personal.

Cualquiera puede encontrar tantas razones para quedarse como tantas el otro tuvo para marcharse. Desde la edad, el clima, el idioma, la comida, la zona de confort personal, temas familiares, el orgullo, los miedos, la flojera y hasta la salud, pueden ser motivos de mucho peso, tanto para irse como para quedarse.

En fin que tanto los idos como los quedados tienen el derecho y sus razones para tomar su decisión y defenderla pero no tienen derechos ni razones para atacar o descalificar la decisión contraria.


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