A mediados de la década de los setentas, en Venezuela
se hablaba de estar en el camino al desarrollo más que de ser parte del tercer
mundo. Fuese cierto o no, al menos en mi entorno se sentía que a pesar de
carencias y problemas, había posibilidades y muchas ganas de crecer y mejorar. Una
infantil y nada rigurosa comparación de mi país con los vecinos u otros con
mucho más pasado, me dejaba con el gusto y la tranquilidad de vivir en el sitio
correcto. A diferencia de la mayoría, en Venezuela se vivía en democracia, la economía
crecía, la moneda era dura y fuerte, el petróleo recién nacionalizado brotaba
en los patios de no pocas casas del país y el subidón de su precio, por arte de
magia, nos empujaba hacia arriba.
Tanta suerte se nos subió a la cabeza y más que
dedicarnos a transformar nuestras ventajas en palancas, comenzaron a repartirnos
la herencia, incluso pidiendo prestado para hacerlo. Quizá por el temor a nuestra
cíclica historia de dictaduras militares e, incluso, por temor a la sombra de
Pérez Jiménez, el arte de seducir a los votantes se transformó en una competencia
por clientes y, así, el bipartidismo engordó el estado de cargas innecesarias, de
subsidios y de ineficiencias. Pero lo que es peor, inyectó los gérmenes del
populismo y de la corrupción en el alma del país. Creció así una terrible
enfermedad que aun nos aqueja y nos sigue alejando del futuro que muchos, con orgullo
y terquedad, seguimos queriendo construir en estas tierras benditas.
En los ochentas, al bajar el precio del
petróleo y por no haber construido un modelo de desarrollo sostenible, estalló una
crisis que ya lleva más de 30 años y que arrecia cuando el petróleo se desploma
pero que nos hace repetir nuestros errores cuando sube. Es increíble, apenas
sube el petróleo, salimos corriendo a tropezarnos con la misma piedra con renovado afán.
En torno a esos pecados originales que hoy en
día nos tienen penando, dividiría nuestra historia política reciente en 3: la 4ta
Buena, que va de 1958 a 1975, la 4ta Mala, que va de 1976 a 1988 y la 5ta Paila
que nos cocina desde 1993. A esta división le faltan 4 años: entre 1989 y 1992,
que considero un subidón de sensatez en el que Venezuela intentó curarse a
través de una transformación profunda pero que fue detenida casi al nacer, por sus
propios ángeles y demonios, que ya habían sido desahuciados de populismo, los
unos y, de corrupción, los otros.
Estos 22 años de la 5ta Paila, deberían ser
suficientes para haber aprendido la lección, sin embargo, aun no logramos
aprobarla. Tanto los que gobiernan como los que dicen que quieren hacerlo,
siguen pensando en el estado como una mina que hay que explotar para repartirle al pobre pueblo (reservando sus respectivas tajadas) y lo
justifican por el mandato divino que nos puso a vivir sobre el pozo de
petróleo más grande de La Tierra.
Que si hubiésemos reconocido nuestra vocación
energética, pues no sólo petroleras nacionales deberían estar hoy compitiendo
en el mundo entero con Shell o con los chinas, sino que transnacionales venezolanas
deberían estar vendiendo otras energías (solar, eólica o la que Usted prefiera)
en los países que mejor las pagan. Al menos eso es lo que creo que Don Uslar Pietri quería advertir cuando nos gritaba: - “Siembren el petróleo”.
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