Aunque
desde hace pocos días la ciudad ha retomado el ritmo y su normal agobio, aquel
comienzo de noche había menos tráfico, de hecho rodé las primeras 4 manzanas de
regreso a casa detenido sólo por los semáforos. Precisamente, en el canal más rápido
(mejor decir el de más a la izquierda), justo detrás de otro conductor, me
entretenía escuchando la radio y apurando la cuenta regresiva del semáforo en
rojo 57, 56, 55. De pronto, a mi derecha me adelanta una moto con 2 pasajeros,
chófer y parrillero, que se detiene en el canal del medio, 4 metros más
adelante y el parrillero, un muchacho flaco, con cara de muchacha fea, con pelo
mal pintado de blanco, rostro lampiño y brillante y chaqueta blanca de botones
al frente (o eso deduzco), clava su mirada en dirección hacia mí. Lo percibo
sin darle mayor importancia pero la mirada es tan intensa como extraña que me alerta.
Parece que busca con afán. ¿Qué busca? Repasa todo mi vehículo, ve los cauchos,
las luces y directamente a mi ojos. Bajo el volumen del radio (instintivamente
para pensar mejor) y el flaco voltea al frente por 3 segundos para decirle algo
al chofer de la moto y toma una bolsa desechable azul con rayas negras que
tiene en la mano derecha y se la pasa a la izquierda que extiende al frente
para que la reciba el chofer y lleva su mano derecha hacia su zona abdominal
como buscando algo, sin dejar de mirarme fijamente. Mi ritmo cardíaco comienza
a subir y es cuando me digo “me van a robar”. Tengo la boca seca. Gracias al
ritmo del tráfico, la luz cambia a verde y tenemos que avanzar, más motos, un vehículo
atrás y los de la fila a mi derecha comienzan a sonar sus bocinas y nos toca apurar
hasta el siguiente semáforo. ¿Qué hago? No hay manera de desviarme y creo que
no conviene. Veo por el retrovisor y ya no tengo vehículos detrás porque una
manzana más adelante mi canal sólo podrá girar a la izquierda, hacia el norte,
hacia El Ávila. Avanzo muy poco a poco, a 10 kilómetros por hora y el tumulto circulante
me deja atrás por 15 metros, rodando poco a poco en medio de una manzana y con
el parrillero aun volteando hacia mí siento que quedé en posición comprometida.
Si la moto decide regresar, me fregué. No sabiendo que más hacer, me paro
completamente, pongo el freno de mano, le doy al interruptor de luces de
emergencia, apago la radio, activo la alama y la bocina comienza a sonar. En
segundos el caudal comienza a subir. Vehículos atrás, que tocan la corneta y se
cambian a mi derecha para adelantarme, más motos, más carros y comienzo a
generar un tapón mientras suena la alarma y titila el tablero con el tic tac
de las luces de emergencia. Miro al frente para precisar a “care´chucillo” pero
ya no lo ubico y entre corneta y corneta escucho un “MUÉVETE MOJ..”. Decido
seguir, con el corazón acelerado, la boca más seca pero con más tráfico me
siento menos vulnerable. Con el siguiente semáforo en verde, la vía se despeja
y no ubico ninguna moto detenida. Sigo avanzando y tomo el desvío a la izquierda
para subir, ruedo 2 cuadras, me paro a mi izquierda tan pronto puedo, me bajo
apurado viendo para abajo, a la derecha, a la izquierda y me meto en una panadería
a la derecha. Desde adentro, me quedo 1 minuto espiando el tráfico. Nada raro,
ninguna moto y me voy a la barra y pido “un marrón claro pequeño, por favor” y
pienso “bueh, hoy fue un día con suerte... para mí”.
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