sábado, 3 de marzo de 2012

El caracazo continúa activo 23 años después


Entre los años 50´s y principios de los 80´s del siglo pasado, Caracas pasó de ser una capital pequeña y con aires de pueblo, a ser la urbe más pujante de uno de los países con más fuerza y encantos de Latinoamérica.

Durante esos 30 años, de todas partes del país y del mundo, llegaron millones de nuevos vecinos. Por una parte, llegaron paisanos del campo, de la costa y de la provincia porque acá estaba el progreso. Y desde varios países europeos y de casi todos los países de América, llegaron millones para construir el mejor futuro.

De esta manera, Caracas iba estrenando grandes obras y facilidades. Así llegaron autopistas, teatros, clubes, museos, subterráneo, centros comerciales, iglesias, bulevares, discotecas, universidades, urbanizaciones, galerías, restaurantes, pleno empleo y modernidad a la par de que se iba cocinando una mezcla única de culturas. En Caracas, se diversificaron las opciones hasta hacerse una metrópoli, que a finales de los 70´s y principios de los 80´s podía presumir de encantos y oportunidades envidiables desde casi cualquier lugar del mundo.

Este crecimiento se acabó en los 80´s. El país y su economía entraron en una crisis que aun no se supera y después de transar una de las monedas más fuertes del mundo durante 3 décadas, el Bolívar, le han estado viendo desvanecerse.

Tristemente, en las faldas de las montañas y en los suburbios, también crecieron grandes barrios muy pobres, sin planificación, sin servicios y sin seguridad para ir amontonando a centenares de miles que no lograban superar sus pobrezas.

En 1989, a finales de febrero, la tragedia económica desencadenó el triste evento conocido como el caracazo. En histérica protesta a los ajustes de todos los precios, los pobres más indignados, los atrevidos y los irresponsables, salieron a las calles a embriagar la frustración por lo que se quería y no se tenía, y saquearon auto-mercados, farmacias, jugueterías y todo tipo de comercios. Al final del segundo día, bajo mandato civil, los militares canalizaron el saqueo hasta devolvernos al orden previo, no sin antes cambiar la rabia de centenares (o miles) de transeúntes por el silencio eterno. Las muertes del caracazo nunca se contaron oficialmente.

Luego de este arrebato popular, muchos de los saqueados y arruinados, mayoritariamente venidos de otras tierras, cambiaron de ramo y hasta regresaron. Por primera vez luego de varias décadas, el noble pueblo anfitrión, ahora con cara de perro rabioso, había perdido los estribos y dejaba la marca de su mordida en las nalgas de la clase media.

23 años después, el gobierno ha vuelto a celebrar el aniversario del caracazo por ser una de las inspiraciones de su “revolución”. Hace suya la energía  de esa turba saqueadora y con demagogia celebra un episodio de “lucha de clases” que aunque duró 2 días, quisiera sembrar para siempre entre los venezolanos.

Lamentablemente, corriendo el año 14 de “revolución”, el caracazo continúa activo, ahora, en forma de secuestros, de robos, de asesinatos, de expropiaciones y de anarquía generalizada. Es decir, que la rabia continúa igual pero se ha topado con alguien que la canaliza a su favor, que a ratos la enfría y que a ratos la provoca pero que, sobretodo, no ha logrado transformarla en riqueza y prosperidad como había prometido. Millones siguen aun amontonados en los mismos cerros de 1989 y en muchos otros que han seguido pariendo frustraciones en todo el país.

En años recientes, El Ávila ha sido la última imagen de Venezuela para casi 1 millón de vecinos, que cansados del saqueo y la intimidante impunidad, han desandado el camino de venida o han volado por vez primera a nuevos futuros definitivos.

Si efectivamente esta revolución estuviese siendo la mitad de exitosa de lo que cantan las propagandas, no tendríamos que lamentar 19.000 asesinatos cada año, ni tendríamos que seguir malviviendo con el peso de una inflación anual de 25%, ni El Ávila tendría que seguir oteando los aviones cargados de venezolanos que sólo compran boleto de ida.

Desde Caracas he sido testigo de esta realidad y siendo uno de los millones que debe su origen a esa magnífica mezcla de culturas que celebraba más arriba, estoy absolutamente convencido de que la potencialidad de nuestro país está muy por encima de estos desafortunados 30 años. Como yo y como tú, somos millones los que vivimos indignados con nuestro presente, casi desde siempre, y aunque lamentamos 30 años de irresponsabilidades, con optimismo seguimos aprendiendo, estamos despiertos trabajando mientras soñamos  y ya estamos listos para andar el verdadero camino de progreso que hemos estado construyendo desde la urbe más pujante de uno de los países con más fuerza y encantos de Latinoamérica. Amén.

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