Entre los años 50´s y principios de los 80´s del siglo
pasado, Caracas pasó de ser una capital pequeña y con aires de pueblo, a ser la
urbe más pujante de uno de los países con más fuerza y encantos de Latinoamérica.
Durante esos 30 años, de todas partes del país y del mundo,
llegaron millones de nuevos vecinos. Por una parte, llegaron paisanos del campo,
de la costa y de la provincia porque acá estaba el progreso. Y desde varios
países europeos y de casi todos los países de América, llegaron millones para construir
el mejor futuro.
De esta manera, Caracas iba estrenando grandes obras y
facilidades. Así llegaron autopistas, teatros, clubes, museos, subterráneo, centros
comerciales, iglesias, bulevares, discotecas, universidades, urbanizaciones, galerías,
restaurantes, pleno empleo y modernidad a la par de que se iba cocinando una
mezcla única de culturas. En Caracas, se diversificaron las opciones hasta hacerse
una metrópoli, que a finales de los 70´s y principios de los 80´s podía
presumir de encantos y oportunidades envidiables desde casi cualquier lugar del
mundo.
Este crecimiento se acabó en los 80´s. El país y su
economía entraron en una crisis que aun no se supera y después de transar una de
las monedas más fuertes del mundo durante 3 décadas, el Bolívar, le han estado viendo desvanecerse.
Tristemente, en las faldas de las montañas y en los suburbios,
también crecieron grandes barrios muy pobres, sin planificación, sin servicios
y sin seguridad para ir amontonando a centenares de miles que no
lograban superar sus pobrezas.
En 1989, a finales de febrero, la tragedia económica desencadenó el triste evento conocido como el caracazo. En histérica protesta a los ajustes
de todos los precios, los pobres más indignados, los atrevidos y los irresponsables, salieron
a las calles a embriagar la frustración por lo que se quería y no se tenía, y
saquearon auto-mercados, farmacias, jugueterías y todo tipo de comercios. Al
final del segundo día, bajo mandato civil, los militares canalizaron el saqueo
hasta devolvernos al orden previo, no sin antes cambiar la rabia de
centenares (o miles) de transeúntes por el silencio eterno. Las muertes del caracazo
nunca se contaron oficialmente.
Luego de este arrebato popular, muchos de los saqueados y
arruinados, mayoritariamente venidos de otras tierras, cambiaron
de ramo y hasta regresaron. Por primera vez luego de varias décadas, el noble
pueblo anfitrión, ahora con cara de perro rabioso, había perdido los estribos y
dejaba la marca de su mordida en las nalgas de la clase media.
23 años después, el gobierno ha vuelto a celebrar
el aniversario del caracazo por ser una de las inspiraciones de su “revolución”.
Hace suya la energía de esa turba
saqueadora y con demagogia celebra un episodio de “lucha
de clases” que aunque duró 2 días, quisiera sembrar para siempre entre los venezolanos.
Lamentablemente, corriendo el año 14 de “revolución”,
el caracazo continúa activo, ahora, en forma de secuestros, de robos, de
asesinatos, de expropiaciones y de anarquía generalizada. Es decir, que la
rabia continúa igual pero se ha topado con alguien que la canaliza a su
favor, que a ratos la enfría y que a ratos la provoca pero que, sobretodo, no
ha logrado transformarla en riqueza y prosperidad como había prometido. Millones
siguen aun amontonados en los mismos cerros de 1989 y en muchos otros que han
seguido pariendo frustraciones en todo el país.
En años recientes, El Ávila ha sido la última imagen de Venezuela para casi 1 millón de vecinos, que cansados del saqueo y la intimidante impunidad, han desandado
el camino de venida o han volado por vez primera a nuevos futuros definitivos.
Si efectivamente esta revolución estuviese siendo la mitad
de exitosa de lo que cantan las propagandas, no tendríamos que lamentar
19.000 asesinatos cada año, ni tendríamos que seguir malviviendo con el peso de una
inflación anual de 25%, ni El Ávila tendría que seguir oteando los aviones
cargados de venezolanos que sólo compran boleto de ida.
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