Por varias décadas, la economía venezolana ha estado asociada con el negocio petrolero. Esto quiere decir, que el estado se ha acostumbrado a contar con un ingreso anual o una renta más o menos fija (y en muchos años considerable), que le distrae de trabajar para incentivar el desarrollo de otras fuentes de ingresos.
Si uno compara lo que Venezuela es capaz de “recibir” anualmente como fruto de la venta de crudo con lo que representaría la venta de café, cacao, plátano, vino u otra materia prima agrícola, inmediatamente expresaría: “es que no vale la pena cambiar”.
Seguramente es cierto. Nos ha tocado la “suerte” de ser un país que ocupa un territorio que, entre otras dotes, entierra las reservas más cuantiosas de petróleo del planeta. En este sentido, el petróleo es una ventaja competitiva mundial que no podemos despreciar.
Ahora bien, siendo más o menos aceptado el pronóstico de que este negocio tiene aún por delante unas cuantas décadas de buenos precios, por el creciente consumo mundial y la progresiva e inevitable extinción de la oferta, es imperativo que se aumente la producción varias veces. Resulta ineludible acometer las inversiones y proyectos que lleven al país a esos niveles que aumentaría los ingresos disponibles, también, varias veces.
Hoy en día, Venezuela comercializa más o menos la misma cantidad de petróleo que hace 30 años y aunque los precios han subido, el valor de dólar ha caído y la población del país se ha duplicado. En consecuencia, ya los niveles actuales de producción y comercialización de petróleo resultan insuficientes para apalancar el desarrollo de la sociedad venezolana.
Hay dos maneras de enfrentar el reto de aumentar la producción. De manera orgullosa y tímida (como se ha venido haciendo) o de manera decidida y abierta.
Invertir en la expansión de nuestro negocio petrolero de manera decidida y abierta significa asociarse con las mejores empresas petroleras del mundo, nacionales y extranjeras, y delegar en éstas las exploración, producción y comercialización y, como estado, especializarse en la fiscalización y regulación de la actividad. PDVSA puede y debe ser un jugador más y, adicionalmente, su propiedad debe ser compartida con los ciudadanos de manera que la riqueza se traduzca en riqueza para todos los ciudadanos (con unas condiciones especiales).
Aceptar que el país es petrolero no debe significar que se rechaza la diversificación de sus fuentes de ingreso. En primer lugar, es de tontos despreciar el auto-abastecimiento de muchos de los productos y servicios que hoy se importan en este país. Dado el clima, suelos, mares y talentos con que cuenta este país, se debe trabajar para alcanzar niveles de producción de alimentos que atiendan las necesidades internas. Este objetivo es realmente una prioridad de seguridad nacional.
El país debe hacer un análisis para escoger qué otros sectores deben ser trabajados para acompañar al petróleo y para reemplazarlo posteriormente. Este análisis debe ser estratégico, de fortalezas/oportunidades y amenazas/debilidades, que le permita hacer las inversiones dónde deben ser hechas: otras fuentes de energía, software, servicios médicos, turismo, otras materias primas, otras industrias, etc.
En pocos meses, el venezolano estará expuesto a una alternativa de país. Los pre-candidatos de la oposición y posteriormente, el candidato único, confrontará el modelo que ofrece el socialismo chavista con otra visión. Analizar esta otra visión y compararla con lo que ha logrado el país en los últimos 60 años es la tarea de un ciudadano responsable. No basemos nuestra elección de futuro sólo en la simpatía o en la combatividad de un futuro presidente. Llegan los tiempos de dejar de discutir estupideces y pensar cuál sociedad quiero ayudar a construir y en qué país quiero que mis hijos y mis nietos sean felices y prósperos.
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