Durante los últimos 10 años, los enfrentamientos en todo terreno han marcado la vida de casi todos en nuestra sociedad.
El enfrentamiento de posiciones ante la vida, el futuro, los valores, el progreso, el presente, el pasado y ante cada aspecto que toca la vida de un habitante de Venezuela, nos ha llevado a fijar o no una posición política, a defenderla en ocasiones, a esconderla en otras y, en general, a sobrevivir en una mitad de país enfrentado con la otra que, formalmente, lo controla todo o que por lo menos lo intenta.
De un lado, un movimiento que mezcla estatismo y centralismo, combate todo lo que como herencia y ejemplo había sido buscado por buena parte de la población: el estilo de vida occidental y capitalista. Eso de construir oportunidades para progresar y poder alcanzar un sueño individual de realización e independencia es un pecado, mal visto y perseguido por el gobierno, ya que es la única causa de nuestra gran pobreza. En revolución, las prioridades son para los excluidos, los que menos tienen y para construir la futura sociedad de iguales, sin ningún tipo de desbalances, hay que destruir todo lo previo y distribuir lo de los que más tienen entre los que menos. Quien piense distinto, es un enemigo a doblegar (o a comprar), un traidor y un obstáculo para avanzar.
El populismo ha sido el arma para mantener un apoyo mayoritario durante estos años y lo justifican mientras la mayoría de excluidos se educa, se forma en nuevos valores y, finalmente, seguirá siendo útil mientras se pueda y hasta que nazca el nuevo venezolano: el bueno. En esta etapa de transición, el fin justifica los medios y eso ha hecho que elementos indispensables en la administración de lo público como el orden, la limpieza, la seguridad, la diversión y el crecimiento queden reducidos a aspectos accesorios y sin importancia.
Las visiones de sociedad que han estado enfrentadas son excluyentes por naturaleza, en consecuencia, no existe una sola coincidencia entre ambos bandos y no es posible alcanzar un solo acuerdo para algo, por valioso que sea. La corrupción, una conducta que nos viene de atrás y de adentro, ha seguido creciendo y como lo público recupera terreno a diario, el campo para jugar al ladrón es cada vez mayor.
Los enfrentamientos no han sido simpáticos. Tampoco inofensivos. El enfrentamiento si bien no ha recurrido a los machetes de cruentas historias africanas, si ha dejado vidas en el camino, muchas propiedades cambiadas de manos, cientos de presos, miedo, rabia, fracaso, cansancio y desánimo. Un numeroso grupo de familias y personas que apoyan la revolución y que están ahora en posiciones de administración y control de lo público, han mejorado su estilo de vida, han crecido, están realizando algunos sueños y progresan pero deben estar muy confundidos y atrapados porque mientras intentan emular el estilo de vida de los enemigos, se les recuerda que no pueden aspirar a eso. En la transición, muchos han venido de menos a más, muchas fortunas se han amasado y muchos, aunque con dificultad y miedo, hemos podido seguir construyendo nuestros sueños de siempre.
El enfrentamiento de posiciones ante la vida, el futuro, los valores, el progreso, el presente, el pasado y ante cada aspecto que toca la vida de un habitante de Venezuela, nos ha llevado a fijar o no una posición política, a defenderla en ocasiones, a esconderla en otras y, en general, a sobrevivir en una mitad de país enfrentado con la otra que, formalmente, lo controla todo o que por lo menos lo intenta.
De un lado, un movimiento que mezcla estatismo y centralismo, combate todo lo que como herencia y ejemplo había sido buscado por buena parte de la población: el estilo de vida occidental y capitalista. Eso de construir oportunidades para progresar y poder alcanzar un sueño individual de realización e independencia es un pecado, mal visto y perseguido por el gobierno, ya que es la única causa de nuestra gran pobreza. En revolución, las prioridades son para los excluidos, los que menos tienen y para construir la futura sociedad de iguales, sin ningún tipo de desbalances, hay que destruir todo lo previo y distribuir lo de los que más tienen entre los que menos. Quien piense distinto, es un enemigo a doblegar (o a comprar), un traidor y un obstáculo para avanzar.
El populismo ha sido el arma para mantener un apoyo mayoritario durante estos años y lo justifican mientras la mayoría de excluidos se educa, se forma en nuevos valores y, finalmente, seguirá siendo útil mientras se pueda y hasta que nazca el nuevo venezolano: el bueno. En esta etapa de transición, el fin justifica los medios y eso ha hecho que elementos indispensables en la administración de lo público como el orden, la limpieza, la seguridad, la diversión y el crecimiento queden reducidos a aspectos accesorios y sin importancia.
Las visiones de sociedad que han estado enfrentadas son excluyentes por naturaleza, en consecuencia, no existe una sola coincidencia entre ambos bandos y no es posible alcanzar un solo acuerdo para algo, por valioso que sea. La corrupción, una conducta que nos viene de atrás y de adentro, ha seguido creciendo y como lo público recupera terreno a diario, el campo para jugar al ladrón es cada vez mayor.
Los enfrentamientos no han sido simpáticos. Tampoco inofensivos. El enfrentamiento si bien no ha recurrido a los machetes de cruentas historias africanas, si ha dejado vidas en el camino, muchas propiedades cambiadas de manos, cientos de presos, miedo, rabia, fracaso, cansancio y desánimo. Un numeroso grupo de familias y personas que apoyan la revolución y que están ahora en posiciones de administración y control de lo público, han mejorado su estilo de vida, han crecido, están realizando algunos sueños y progresan pero deben estar muy confundidos y atrapados porque mientras intentan emular el estilo de vida de los enemigos, se les recuerda que no pueden aspirar a eso. En la transición, muchos han venido de menos a más, muchas fortunas se han amasado y muchos, aunque con dificultad y miedo, hemos podido seguir construyendo nuestros sueños de siempre.
En fin, como todo se ha ideologizado, ser venezolano se ha vuelto tremendamente aburrido. Para fijar posición hay que arriesgar demasiado, hay que subir la voz más que el otro, desconfiar de todo, reaccionar contra todo y hasta tratar de pegar primero. Si no fijas posición eres un tonto y si lo haces, eres bueno y malo. En fin, un entorno primitivo en el que transcurren los mejores años de la vida de muchos, los mejores años de mi vida. Lamentablemente, el país sigue más o menos igual de pobre, más anárquico, más inseguro y tan divertido, que se ha vuelto tremendamente aburrido.
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