La economía
venezolana desde 2012 viene perdiendo sus precarios equilibrios a toda marcha.
Las
políticas implementadas, ratificadas y amplificadas han agredido y, en muchos
casos destruido, lo privado, lo individual y lo nacional para hegemonizar lo
público e intentar controlarlo todo. Pareciera que los ideólogos económicos de este
modelo pensaban que el precio del petróleo seguiría subiendo indefinidamente y
que no era necesario preservar la producción y la generación de la riqueza privada
ya que el abastecimiento de todo lo que se considerase prioritario para los
segmentos más vulnerables, se tranzaría por petróleo con los aliados o se
compraría con la renta petrolera donde fuese necesario.
La estratosférica
corrupción (que algunos analistas estiman que desaparece más del 30% de todos los ingresos
del país), sobretodo asociada con el control de cambio, ha pulverizado los
pocos beneficios de corto plazo asociados con este modelo y más aun, cuando
desde hace poco más de un año, han caído las exportaciones por debajo de la
mitad de lo que antes vendíamos.
Entonces,
la insuficiente producción nacional, la corrupción, la desconfianza, los menores
ingresos en dólares, los subsidios generales e indiscriminados y el
descontrolado gasto público (que sigue inundando el país de más y más Bolívares
cada vez más débiles), sólo han disparado la inflación y el desabastecimiento.
La desconfianza bien ganada y el poco acceso a las divisas, dispararon el tipo
de cambio del mercado negro a niveles inimaginables e insostenibles, agravando
aun más el panorama.
Las
lamentables consecuencias son muchas y dolorosas pero se podrían resumir en un
grave retroceso generalizado y el empobrecimiento del país y su población.
Ahora bien,
lo que la gente común que estamos interesados en analizar y comprender nuestra
economía nos solemos preguntar es si ¿existe una forma más o menos oportuna
(por no decir rápida) para retomar los equilibrios o mejor aun, para superar
las calamidades que nos agobian y comenzar unas décadas de crecimiento y
desarrollo sostenidos?. La respuesta de todos los economistas modernos suele ser
que sí, pero que tal recuperación pasa inexorablemente por des-ideologizar la economía
de Venezuela.
A menos que
la factura petrolera o cualquier otra nueva renta en manos del estado, por obra
de un milagro, llegue de pronto a generar de forma sostenida más de 150 mil
millones de dólares de ingreso anual para el país, el modelo económico tiene que
abrazar principios y valores que parecen ser diametralmente opuestos a los del “Socialismo
del siglo 21”.
Hasta ahora
el chavismo está negado de hacer tal viraje y, en consecuencia, lo lógico es
pensar que cualquier renacimiento económico del país llegaría de la mano de una
administración política diferente. Mientras ese cambio llega, habría al menos un
conjunto de políticas ineludibles para cualquier gobierno como lo son: 1) el combate
frontal y real a la corrupción, 2) la disminución y el control del gasto
público improductivo, 3) el progresivo ajuste de los principales controles y 4)
la sustitución de los subsidios indiscriminados (nacionales e internacionales)
por ayudas provisionales y dirigidas a la población más vulnerable.
Si no
ocurre el replanteamiento económico pero tampoco se adoptan con éxito los
cuatro conjuntos de medidas de responsabilidad básica, sólo continuará creciendo
con cada vez mayor velocidad la miserable fosa común en la que se ha estado enterrando
el futuro y las oportunidades de más de 31 millones de venezolanos. “Delitos de lesa humanidad” o “Estado
fallido”, estarán dejando de ser frases de la diatriba política para
convertirse en argumentos de la justicia y la ley que habrán de llegar a un
país asentado sobre miles de millones de barriles de petróleo y que no pasa
desapercibido para el resto del mundo occidental.
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