En los
últimos años se ha disparado el número de venezolanos que emigran. En esta ocasión
no voy a abundar sobre las razones, sin embargo, a juzgar por mi propio
entorno, los principales motivadores son: la inseguridad, las dificultades para
lograr la calidad de vida que en otro país se logra con el mismo esfuerzo que se
hace acá y, en general, porque acá se han reducido considerablemente las
oportunidades para realizarse.
De acuerdo
con la fuente que se consulte, de Venezuela se han marchado en los últimos 15
años, entre 500 mil y 2 millones de personas (algunos de los cuales han
regresado) y acá siguen viviendo cerca de 30 millones. Lo cierto
del caso es que aunque no se marcharán los 30 millones parece que se seguirá
marchando un considerable número de personas en los meses y años por venir. En
Venezuela el fenómeno es nuevo porque entre 1950 y 2000, este país se nutrió de
millones de personas nacidas en otras tierras.
Aunque la
situación de Venezuela fuese próspera en este momento, no sería capaz de
criticar al que decidiese cambiar de destino, así como no me siento bien
criticando o descalificando al que no duda en quedarse aquí. Personalmente, no
me gustan los límites ni los nacionalismos y abrazo y siempre he cuidado mi
libertad de pensamiento y de acción.
De entre
mis amigos y familiares que han emigrado, unos más que otros y, de seguro, con
las mejores intenciones, me sugieren que emigre (casi desde hace 25 años). Más
de una vez, ante la publicación de alguna crítica en las redes, me
han contestado: “¿y qué haces ahí?, ¿qué esperas para irte?”.
Tratar de
reforzar mi decisión haciéndole ver al que lo está dudando que aunque no sea fácil
puede valer la pena (irse o quedarse) me parece algo humano y natural. Pero no
es mejor ni peor quien decide tomar o ignorar la oportunidad de cambiar de
país, por muy deteriorado que sea el presente o por muy oscuro que luzca el
futuro de una sociedad porque hasta el masoquismo es una opción personal.
Cualquiera
puede encontrar tantas razones para quedarse como tantas el otro tuvo para marcharse. Desde la edad, el clima, el idioma, la comida, la zona
de confort personal, temas familiares, el orgullo, los miedos, la
flojera y hasta la salud, pueden ser motivos de mucho peso, tanto para irse
como para quedarse.