Y acá vamos con el tema de las compensaciones laborales, una vez más.
Desde el 1° de noviembre de 2016, se ha decretado que el sueldo mínimo mensual sea algo más de 27 mil Bolívares y que el bono para alimentación sea de 2 mil 124 Bolívares diarios o Bs. 63.720 al mes.
En 2016 el ingreso mínimo se ha ajustado 6 veces por decreto. En promedio, cada dos meses. El salario en 4 oportunidades y el bono, en 5. En total, el salario actual es 180,9% mayor que el de enero y el bono subió 844%. El ingreso mínimo se ajustó 453,8% en 2016.
Todas las lecturas son malas. En primer lugar, una economía que cada dos meses tiene que decretar un ajuste de la base salarial y de los ingresos mínimos está muy enferma y si tal ajuste es para casi sextuplicar dicha base en un año, la situación es muy grave. En ausencia de información pública del INPC, de tales ajustes se puede inferir que la inflación anualizada, como mínimo, ronda el 500% y a juzgar por indicadores no oficiales y mis percepciones, estos ajustes salariales ni remotamente han aumentado el poder adquisitivo de los trabajadores formales. En otras palabras, el ingreso mínimo de Bs. 90.812 de noviembre compra bastante menos de lo que en enero se compraba con Bs. 16.398,15.
Todo este entorno de desplazamiento desigual de las escalas de valor del trabajo y de los bienes y los servicios, ha generado un problema adicional que quiero reseñar. El billete de mayor denominación sigue siendo el de 100 Bolívares y así ha sido desde hace 9 años. En enero de 2008, se usaban 11 o 12 billetes de 100 para un ingreso mínimo y hoy se necesitan más de 900.
Bien sea por algún complejo que les hace ignorar la terrible realidad que ellos mismos han deformado, o por incompetencia, o por intereses ocultos o por todas las anteriores, el gobierno y el Banco Central de Venezuela no han cambiado el cono monetario por lo que vivimos haciendo filas frente a unos cajeros automáticos que sólo descansan cuando se quedan sin efectivo (que es cada vez más frecuente) y dedicamos un par de horas cada mes para llenar nuestros bolsillos de billetes que nunca alcanzan para los gastos menudos. El comercio de efectivo se ha convertido en otra de esas extravagantes consecuencias del socialismo del siglo 21.
A juzgar por el valor comparativo internacional de los principales productos y servicios básicos, el salario de un trabajador venezolano debe ser de unos 4/5 dólares diarios (USD 120/150 al mes) y es, tristemente, el más bajo de nuestro entorno regional.
El gobierno venezolano y sus economistas siguen aplicando las mismas medidas que hace 6 años servían para maquillar la pobre economía venezolana pero esas mismas medidas ya no pintan nada, más allá de carencias y miserias. Sin duda, es parte del plan de dominación política.
Si esto no es hiper-inflación, ¿alguien sabe cómo se llama?
viernes, 28 de octubre de 2016
jueves, 13 de octubre de 2016
Se está rompiendo la cuerda
Escribo ya metido en el último trimestre de un año terrible para Venezuela: 2016.
Si bien el balance de las sensaciones del año nos invita a olvidarlo pronto, se hace indispensable que aprendamos a reconocer hasta dónde nos pueden llevar cuando le damos todo el poder a una parcialidad capaz de decidir y hacer tantas cosas torcidas a la vez. Pero 2016 no está sólo: 2014 fue malísimo y 2015 fue terrible, sólo que este año hemos corrido el maratón de las catástrofes.
A estas alturas del año, las esperanzas de que 2017 rompa este molde, siguen allí pero aun encerradas y aunque sabemos que podrían liberarse, aun no se pueden oler ni ver. Este año pasará a la historia, sin duda, sólo falta saber si como el año en que la inmensa mayoría del país sentó las bases para ejercer su derecho de cambiar de destino o si como el año en que una dictadura empeñada en que no quedara piedra sobre piedra, hizo sus últimos intentos por someternos.
De acuerdo con la más reciente encuesta pública de Venebarómetro, el gobierno de Maduro se ha convertido en una fábrica de opositores. A finales de 2015, justo antes de que la MUD se hiciera con la mayoría de la Asamblea, menos del 40% se auto-definía como opositor. Al día de hoy, ese porcentaje ha crecido hasta el 54% y eso no quiere decir que el resto del país es chavista porque sólo un 27,5% se define como tal, sino que el restante 19,5% aun se resiste a estar alineado con alguno de los dos polos.
Aun así, el 86,7% de los votantes probables en caso de que se celebre el referendo, revocaría a Maduro y a su gobierno, en contraste, el 12% quiere que siga hasta 2019. Es decir que la decisión de cambiar al gobierno se ha convertido en un anhelo nacional que por primera vez en varias décadas pone de acuerdo en algo trascendental a casi 9 de cada 10 venezolanos.
El líder favorito para un eventual nuevo gobierno que cambie el rumbo del país sigue siendo Leopoldo López. Le acompañan en preferencias, Henrique Capriles y Henry Ramos. Sin cerrar la pregunta, cuando se le pide a la gente que valore los liderazgos políticos más visibles, repiten en las tres primeras posiciones positivas, Capriles, López y Ramos, acompañados por Chávez, Henry Falcón, Aristóbulo, Maduro y Jorge Rodríguez, en orden descendente y con valoraciones negativas. El mayor rechazo lo genera Maduro, reprobado por el 72%.
Tres de cada diez chavistas tampoco quieren a Maduro. De allí que sólo cuente con el apoyo del 20% de la opinión pública (que aun me resulta un porcentaje inmenso para el desastre que ha protagonizado con su gestión). Hace unos días un analista con acceso a fuentes chavistas comentaba que ellos aseguran que dentro de ese 20%, hay un importante porcentaje que está dispuesto a dar la vida para defender a su gobierno y en parte por ello siguen obstaculizando con tanta altivez, cualquier salida que les excluya.
A finales de mes, protagonizaremos el siguiente capítulo del #Referendo2016 y aunque la mayoría de los entendidos piensan que es improbable que tal consulta se realice, su organización y avance continuarán metiendo presión al gobierno y es ésta la única forma de forzar un cambio , que se dará cuando tal presión rompa la unidad chavista (Militares, TSJ y CNE) que hasta ahora sigue sosteniendo al gobierno.
La crisis avanza y se transforma. Se reabrió la frontera con Colombia y momentáneamente, el gobierno se ha olvidado de los "precios justos" para algunos productos básicos importados que están apareciendo en los estantes de los comercios formales (azúcar, granos, pasta, aceite, arroz, etc.), por lo que la escasez le estaría cediendo su puesto a la inflación como principal problema del consumidor.
El ajuste salarial decretado en agosto, como siempre inconsulto y desconectado de los involucrados y sus realidades, ha vuelto a disparar una ya agobiante recesión inflacionaria que desde el andén está empujando a cada vez más venezolanos a las vías de una arrolladora e indetenible pobreza. La inseguridad ciudadana, la precariedad de los servicios públicos, la emigración de profesionales y emprendedores y el acoso judicial a la disidencia política terminan de configurar el momento más triste del país en más de medio siglo.
Faltando una fracción de trimestre para que lleguemos al 2017, hay varios contrastes con la fotografía de hace un año. Los gobiernos de Brasil y Argentina, los dos más grandes países de la región, ya no son chavistas y nuestra Asamblea y el 70% del electorado de Venezuela tampoco. Con más frecuencia, el gobierno de Maduro tiene que recurrir a tácticas cada vez menos democráticas para intentar mantener el control por lo que los apoyos internacionales se le están esfumando.
A pesar de que el precio del petróleo no se recupera, Maduro sigue sin ajustar ni un grado el rumbo. Ha estado evadiendo el Referendo y las elecciones regionales de Gobernadores, mientras la economía cae con fuerza por tercer año consecutivo. La inflación no oficial por lo menos duplica a la que se publicó en 2015 por lo que vamos a una híper-inflación “a paso de vencidos” y la escasez de productos básicos de alimentación, salud e higiene ya es un hecho distintivo de esta economía. La pobreza y el descontento crecen cada semana mientras el discurso oficial sigue sin modificar una sola frase.
Más allá del cómo, un repaso de la historia de las últimas décadas nos dice que esta situación ha comenzado a ser insostenible e irreversible y, más temprano que tarde, el cambio ha de llegar impulsado por las diligencias de los venezolanos que tenemos la tarea de reconstruirnos, esperando que sepamos aprovechar las lecciones de otras sociedades que salieron con bien de errores históricos de este misma tonalidad.
El tiempo sigue pasando y el que el desespero y la impotencia de la sociedad siga creciendo ante un pésimo gobierno que parece no tener fin, no significa que la cuerda que lo sostiene no esté a punto de romperse. Todo indica que la elasticidad se está acabando y aunque nunca lo van a reconocer, la cuenta regresiva para ellos, parece estar terminando.
Si bien el balance de las sensaciones del año nos invita a olvidarlo pronto, se hace indispensable que aprendamos a reconocer hasta dónde nos pueden llevar cuando le damos todo el poder a una parcialidad capaz de decidir y hacer tantas cosas torcidas a la vez. Pero 2016 no está sólo: 2014 fue malísimo y 2015 fue terrible, sólo que este año hemos corrido el maratón de las catástrofes.
A estas alturas del año, las esperanzas de que 2017 rompa este molde, siguen allí pero aun encerradas y aunque sabemos que podrían liberarse, aun no se pueden oler ni ver. Este año pasará a la historia, sin duda, sólo falta saber si como el año en que la inmensa mayoría del país sentó las bases para ejercer su derecho de cambiar de destino o si como el año en que una dictadura empeñada en que no quedara piedra sobre piedra, hizo sus últimos intentos por someternos.
De acuerdo con la más reciente encuesta pública de Venebarómetro, el gobierno de Maduro se ha convertido en una fábrica de opositores. A finales de 2015, justo antes de que la MUD se hiciera con la mayoría de la Asamblea, menos del 40% se auto-definía como opositor. Al día de hoy, ese porcentaje ha crecido hasta el 54% y eso no quiere decir que el resto del país es chavista porque sólo un 27,5% se define como tal, sino que el restante 19,5% aun se resiste a estar alineado con alguno de los dos polos.
Aun así, el 86,7% de los votantes probables en caso de que se celebre el referendo, revocaría a Maduro y a su gobierno, en contraste, el 12% quiere que siga hasta 2019. Es decir que la decisión de cambiar al gobierno se ha convertido en un anhelo nacional que por primera vez en varias décadas pone de acuerdo en algo trascendental a casi 9 de cada 10 venezolanos.
El líder favorito para un eventual nuevo gobierno que cambie el rumbo del país sigue siendo Leopoldo López. Le acompañan en preferencias, Henrique Capriles y Henry Ramos. Sin cerrar la pregunta, cuando se le pide a la gente que valore los liderazgos políticos más visibles, repiten en las tres primeras posiciones positivas, Capriles, López y Ramos, acompañados por Chávez, Henry Falcón, Aristóbulo, Maduro y Jorge Rodríguez, en orden descendente y con valoraciones negativas. El mayor rechazo lo genera Maduro, reprobado por el 72%.
Tres de cada diez chavistas tampoco quieren a Maduro. De allí que sólo cuente con el apoyo del 20% de la opinión pública (que aun me resulta un porcentaje inmenso para el desastre que ha protagonizado con su gestión). Hace unos días un analista con acceso a fuentes chavistas comentaba que ellos aseguran que dentro de ese 20%, hay un importante porcentaje que está dispuesto a dar la vida para defender a su gobierno y en parte por ello siguen obstaculizando con tanta altivez, cualquier salida que les excluya.
A finales de mes, protagonizaremos el siguiente capítulo del #Referendo2016 y aunque la mayoría de los entendidos piensan que es improbable que tal consulta se realice, su organización y avance continuarán metiendo presión al gobierno y es ésta la única forma de forzar un cambio , que se dará cuando tal presión rompa la unidad chavista (Militares, TSJ y CNE) que hasta ahora sigue sosteniendo al gobierno.
La crisis avanza y se transforma. Se reabrió la frontera con Colombia y momentáneamente, el gobierno se ha olvidado de los "precios justos" para algunos productos básicos importados que están apareciendo en los estantes de los comercios formales (azúcar, granos, pasta, aceite, arroz, etc.), por lo que la escasez le estaría cediendo su puesto a la inflación como principal problema del consumidor.
El ajuste salarial decretado en agosto, como siempre inconsulto y desconectado de los involucrados y sus realidades, ha vuelto a disparar una ya agobiante recesión inflacionaria que desde el andén está empujando a cada vez más venezolanos a las vías de una arrolladora e indetenible pobreza. La inseguridad ciudadana, la precariedad de los servicios públicos, la emigración de profesionales y emprendedores y el acoso judicial a la disidencia política terminan de configurar el momento más triste del país en más de medio siglo.
Faltando una fracción de trimestre para que lleguemos al 2017, hay varios contrastes con la fotografía de hace un año. Los gobiernos de Brasil y Argentina, los dos más grandes países de la región, ya no son chavistas y nuestra Asamblea y el 70% del electorado de Venezuela tampoco. Con más frecuencia, el gobierno de Maduro tiene que recurrir a tácticas cada vez menos democráticas para intentar mantener el control por lo que los apoyos internacionales se le están esfumando.
A pesar de que el precio del petróleo no se recupera, Maduro sigue sin ajustar ni un grado el rumbo. Ha estado evadiendo el Referendo y las elecciones regionales de Gobernadores, mientras la economía cae con fuerza por tercer año consecutivo. La inflación no oficial por lo menos duplica a la que se publicó en 2015 por lo que vamos a una híper-inflación “a paso de vencidos” y la escasez de productos básicos de alimentación, salud e higiene ya es un hecho distintivo de esta economía. La pobreza y el descontento crecen cada semana mientras el discurso oficial sigue sin modificar una sola frase.
Más allá del cómo, un repaso de la historia de las últimas décadas nos dice que esta situación ha comenzado a ser insostenible e irreversible y, más temprano que tarde, el cambio ha de llegar impulsado por las diligencias de los venezolanos que tenemos la tarea de reconstruirnos, esperando que sepamos aprovechar las lecciones de otras sociedades que salieron con bien de errores históricos de este misma tonalidad.
El tiempo sigue pasando y el que el desespero y la impotencia de la sociedad siga creciendo ante un pésimo gobierno que parece no tener fin, no significa que la cuerda que lo sostiene no esté a punto de romperse. Todo indica que la elasticidad se está acabando y aunque nunca lo van a reconocer, la cuenta regresiva para ellos, parece estar terminando.
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