Hoy pienso que el futuro de Venezuela y de sus
próximas generaciones necesita que nuestro barril de petróleo se venda a 10 dólares
por los 10 próximos años.
El sacudón de sabernos menos solventes y menos
ricos, seguro nos obligaría a repensarnos desde todo punto de vista pero
fundamentalmente, nos haría cambiar profundamente algunas de las creencias y
conductas que nos tienen atrapados, frustrados, empobrecidos y decepcionados de
ser pobres y creernos ricos.
Este escenario de un bajo precio de nuestro
petróleo por una década nos llevaría a ser más creativos, planificados, humildes,
ahorradores, productivos y a valorar más nuestras posibilidades de depender más
del ingenio que de las rentas que llegan solas y nos ayudaría a escoger
representantes para que nos sirvan y no caudillos que nos repartan mejor lo que
Dios nos proveyó (como tan bien escribió Laureano).
La renta petrolera y el populismo venezolano han
arruinado nuestro pasado reciente, destruyen nuestro presente y han atrofiado nuestras
potencialidades. Si hago un balance de los peores atributos de nuestra sociedad,
con dolor tengo que mencionar que el egoísmo, la prepotencia, la apatía, la
mendicidad (del “bien cuidado jefe” para abajo), la corrupción, la
irresponsabilidad y el desprecio por lo común nos están definiendo como una
triste sociedad enferma pero que se cree ungida.
Habrá muchos que se molesten porque estoy emitiendo
estos juicios y me dirán que el venezolano no es así. Que somos trabajadores, “echaos
pa´lante”, creativos, cálidos y otra cantidad de virtudes. Aun sabiendo que éstas
también nos definen, al juzgar lo que hemos hecho como sociedad en los últimos
40 años, tengo que ser auto-crítico y mostrar nuestros lados menos admirables.
Desde que el tipo de cambio se despidió del
4,30 en el 83, todo el que ha podido ha especulado con nuestra moneda.
Comenzando con los días previos a la primera devaluación de aquel viernes negro
y el “ta´barato, dame dos”, hasta la actualidad de CADIVI y los SICADes, el uso y
abuso de información privilegiada, de asignaciones y de cupos han mostrado la
más egoísta cara del venezolano.
La honradez administrando recursos públicos, de
un lado y de otro, es vista como una idiotez. “No me den. Pónganme
donde haiga” es una triste frase venezolana. Éramos corruptos en el 78, en el
88, hace 10 años y ahora. La falta de probidad y honradez al entrar en contacto
con el dinero de todos, más que algo malo es una importante “virtud” de nuestra
dañada ciudadanía.
No esperar nuestro turno si vemos que podemos
agilizar de cualquier manera, creernos más despiertos que los demás y ponernos siempre
por encima del prójimo y sin remordimiento, es otra de nuestras tristes
características. Sólo hay que observar el tráfico en nuestras calles por unos
minutos para comprobarlo. Es que pareciera que sólo estamos hechos de la prepotencia
real, de la impotencia indígena, de esclavos rabiosos y de la viveza de los mantuanos.
Lo lógico sería hacer el cambio sin perder la
ventaja que nos daría el petróleo bien vendido pero es que hemos podido hacer varios grandes
cambios en los últimos 45 años y lo que hemos escogido nos lleva de mal en peor.
Cada vez que una disyuntiva electoral nos ha contrapuesto dos caminos, siempre
hemos escogido el del Mesías, el que más inmediatismo nos garantice y así, sólo
parecemos estar zapateando y hundiendo nuestro futuro en un charco de mierdas
movedizas.
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