Cuando en una economía suceden grandes rupturas,
un porcentaje de la población queda al margen del futuro. Así pasó con la
revolución industrial y mucho más recientemente, por ejemplo en España, por la debacle inmobiliaria. Entre los 4,5 millones de desempleados
españoles, un porcentaje significativo fueron empleados de la construcción, la
seguridad, el comercio o tenían empleos con baja calificación y por eso, entre
otras razones, les está costando tanto salir del paro.
En las nuevas realidades económicas suele no haber suficientes oportunidades para este perfil de trabajador y los
programas de reinserción no están funcionando como deberían. La reconversión, de ser posible,
rescata a un porcentaje de la gente pero lamentablemente, los que no pueden o
quieren reciclarse, difícilmente disfrutarán el nuevo patrón de oportunidades y pasan
a una lista de excluidos: dependientes del estado (con suerte) y/o abrazados a
un futuro de pobreza.
Tanto el estado de bienestar de una
sociedad como nuestra propia y humana zona de confort, son dos
enemigos del cambio y la prosperidad. “Quedé desempleado hace 5 años pero no me
muevo hasta recuperar mi mismo empleo y la calidad de vida de antes”
Ahora bien, los desempleados absolutos que
tienen o adquieren competencias para emprender en una nueva economía post-ruptura,
transformarán nuevas ideas o viejas necesidades en pequeñas y medianas empresas.
El resultado podría ser, al cabo de pocos años, un futuro como emprendedores
mucho mejor al que hace unos años podía esperarles como empleados o al que más
recientemente tenían, procurando sobrevivir con las ayudas del estado.
Cuando vemos hacia Venezuela o hacia
cualquiera de nuestros países con mucho desempleo y una enorme porción de economía
sumergida, la esperanza de un cambio mayor se facilita, se hace más grande y
posible.
Aunque se publicó hace 3 días que el desempleo absoluto agobia sólo al 5,5%
de la población económicamente activa de Venezuela, un enorme 17%, según cifras oficiales,
vive de ocupaciones informales. A diferencia de muchos países, incluyendo a nuestros
vecinos, Venezuela dejó que se desarrollara la informalidad porque básicamente hemos
abusado de la renta petrolera como principal ingreso y hemos despreciado la
inclusión productiva de la gente (y los impuestos que generaría) por prepotencia y porque va en
contra del modelo rentista-populista que se necesita para mantener a un pueblo dependiente y a un modelo político que lo aprovecha.
Si tomamos como cierto el hecho de que al menos
2 millones y medio de venezolanos son productores informales de sus ingresos, hablamos de 2,5 millones de pequeñas empresas que con planificación, formación,
apoyo y disciplina son capaces de generar un cambio económico de grandes proporciones para el país y por eso reinvindico la economía informal.
Pensando en los que quieren salir del desempleo y la informalidad, en
Venezuela tenemos que elaborar un plan de desarrollo con menos estado y con más
ciudadanos. Pienso que el modelo educativo superior está obviando un desarrollo
profesional moderno, pragmático y efectivo que desarrollaría técnicos altamente necesarios y productivos en 1 ó 2 años (componedores de software,
diseñadores gráficos, analistas de mercadeo digital, editores digitales, atención al
cliente, redactores, etc., por sólo mencionar algunos de los sectores que demandan profesiones modernas). Hay un porcentaje de
jóvenes que quiere y debe seguir apostando por una cerrera universitaria tradicional
pero otro grupo, de jóvenes y de adultos que quieren reciclarse, quisiera formar
parte de nuevos programas de capacitación para ocupaciones de presente y futuro
en las que las tecnologías actuales tienen que ver más que la formación tradicional.
Humildemente, apoyaría varios cambios en la educación venezolana: recuperar
los bachilleratos técnicos, tener centros diurnos de formación totalmente
rediseñados para bachilleres que no quieren seguir una carrera tradicional y,
en los mismos centros pero en otro horario, recibir adultos que buscan reciclarse.
En Venezuela sabemos que tenemos millones de personas que demuestran todos los días que producen por su cuenta y que han sabido construir y manejar negocios propios. Ya lo hacen hoy con éxito en muchos casos aunque de manera informal.
Es momento de dejar de actuar
como el papá sobreprotector que menosprecia o desconfía del potencial y la capacidad de sus
hijos, para ser un estado promotor y nutritivo que confíe e invierta más en las
potenciales y el desarrollo productivo de su gente.