En la
extrema polarización política de Venezuela, las conversaciones entre ambos
bandos son entre sordos. Los unos no se explican como los otros siguen
engañados y terminan insultándose cada vez más alto para que el otro abra los
ojos. Si la “verdad”, sea cual sea, fuese tan evidente, no estaríamos separados
en dos grupos e incluso dispuestos a morir por demostrar quién
tiene la razón.
Según la encuesta Venebarómetro de enero de 2014, el 35% del país
sigue siendo chavista, el 30% está abiertamente en oposición, 30% no está
alineado y 5% no respondió.
Es inaudito
pensar que la parte del país que sigue siendo chavista, se mantiene leal por una
mezcla de resentimiento con ignorancia. Es imposible que estos 7 millones de personas sean enchufadas, brutas o miserables, de la misma manera que es imposible que los 7 millones de opositores sean todos adinerados,
apátridas y socialmente insensibles. Mientras el gobierno se empeña en
minimizar a la oposición, buena parte de ésta piensa que la masa chavista es sólo
una cuenta amañada por las rectoras del CNE.
Debe haber algo
más.
Venezuela,
desde hace varias décadas se ha hecho adicta a vivir del petróleo y no ha
sabido generar otros ingresos. Entre 1983 y 1999, el
petróleo se vendió a precios muy bajos cuando ya nos habíamos acostumbrado al
tren de vida de los precios altos. En consecuencia, Venezuela se empobreció de
manera dramática durante 17 años mientras todos pensábamos que éramos ricos y
que los recursos no alcanzaban porque los altos empleados públicos nos estaban robando
(que lo hacían y lo siguen haciendo).
Así llega
Chávez al poder y los precios del petróleo se disparan y la
revolución puede reactivar un nuevo estado repartidor favoreciendo a millones y reforzando, una vez más, que el petróleo da para todos si
escogemos un gobierno para pobres. Es cierto, el modelo chavista privilegia al
que menos tiene, repotenciando la cultura de que sólo por ser fiel a la
revolución recibirás todo lo que el petróleo puede comprar y, en consecuencia, muchos venezolanos comenzaron a disfrutar nuevamente de acceso casi
gratuito a productos y servicios básicos, mientras que en ese pasado reciente, la pobreza había empujado a más de la mitad de la población al monte de los gatos flacos.
De esta
manera, el chavista empieza a comprobar que es mucho más fácil surgir y
prosperar con poco esfuerzo y manteniendo su apoyo a la revolución que cuestionándose
las formas o la calidad de la gestión. De paso, en todo ese tiempo, la
revolución se dedicó con éxito a hacer trizas cualquier otra opción de gobierno y
ha demostrado varias veces que sabe castigar al traidor.
Lo cierto
del caso es que durante varios años, aunque artificialmente y gracias al
petróleo y el endeudamiento, el gobierno hizo crecer los ingresos de las
familias pobres y para ello entregó becas, creó dos enormes redes de distribución
de alimentos, mejoró el sistema de pensiones, creó programas de formación
rápida para graduar bachilleres y abrió decenas de nuevas universidades "express". Así mismo, adjudicó más de un millón de nuevos empleos públicos, que en general ofrecen mejores
remuneraciones y beneficios que antes. También renovó los servicios médicos descentralizados, y
finalmente, cuando ya el modelo empezaba a dar síntomas de colapso, remató con un
programa acelerado de viviendas equipadas, destinadas en primer término, a los miles
de damnificados de las trágicas lluvias del 2010.
Por varias
razones que no voy a enumerar ahora, el estado chavista comenzó a fallar, a dejar
de repartir con la misma intensidad, en fin, ha comenzado a golpear el
bienestar que brindó entre 2003 y 2010 y eso, aunado al padecimiento y la
muerte de Chávez, se ha traducido en primer lugar, en la pérdida de apoyo de los que tenían menor compromiso emocional. Lo
que fue una indiscutible mayoría ha dado paso a dos trenes enfrentados.
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