En los estudios de opinión, desde hace ya varios años, la inseguridad es uno de los tres problemas más importantes para la gente, logrando impactar directamente a la mitad de la población (víctimas directas de hurto, robo o secuestro) e indirectamente a 8 de cada 10 personas (familiares de víctimas, incluidos los asesinados).
Junto a las otros problemas que padece un ciudadano común en este país, es quizá la inseguridad el que más emigrantes genera. Se estima que cerca de 2 millones de ex habitantes han cambiado de país y han achacado a la inseguridad y el poco valor de la vida en Venezuela como las principales razones para irse.
Aunque las cifras eran ya alarmantes hace 10 años, los asesinatos más escalofriantes ocurrían principalmente entre miembros de bandas criminales en las zonas más pobres y menos custodiadas del país. Ocasionalmente, por supuesto que con mucha más frecuencia que la cualquiera quisiera tolerar, víctimas inocentes quedaban en medio de algún fuego cruzado pero seguía siendo un fenómeno relativamente remoto para muchos. Luego, el robo de celulares, en plena era BlackBerry, con tristes y muy sonados asesinatos, nos hizo estremecernos y alarmó a toda la población que comenzó a usar dos equipos para, con suerte, dejarse robar el más viejo y salvar la vida. Seguidamente, se hizo moda el secuestro exprés, una pesadilla que si bien existía desde hacía varios años, alcanzó el clímax de pavor generalizado entre 2011 y 2013, alimentando aun más el pánico con el que ya vivíamos.
Año tras año, las cifras han seguido creciendo. Ya no hay zonas seguras. El problema está generalizado y aunque sin duda hay municipios o estados en los que la ocurrencia de crímenes varía, la incidencia es inaceptable en cualquier rincón y entre cualquier grupo de población. A partir de las 7:30 de la noche la gente comienza a correr a sus viviendas. Literalmente. Es impresionante como en cualquier ciudad se pasa de un tráfico infernal y un ritmo de frenética normalidad, al más triste y absoluto recogimiento obligatorio y dejamos las vías y plazas públicas en una soledad de película de terror. Digamos que Venezuela está abierta 12 horas al día, de 7:00am a 7:00pm.
En los últimos dos años, los crímenes han desbordado la imaginación de cualquier guionista. Desde el asesinato de la actriz y Miss Venezuela Mónica Spears y su expareja frente a la pequeña hija de ambos, dentro de su vehículo en una carretera del centro del país, se han reportado asesinatos con saña, decapitamientos y desmembramientos en cualquier zona de cualquier ciudad y aunados a los crímenes habituales, los asesinatos de policías, de personal militar y de guardaespaldas, tanto para hacerse con el arma como por ganar puntos en la meritocracia criminal, se han hecho frecuentes (más de 100 por año).
Recientemente, se reportan asesinatos masivos, de 10 y 15 personas a la vez, asaltos con granadas, ajusticiamientos “oficiales” de criminales (que incluso han sido filmados) y, más recientemente y con frecuencia diaria, la comunidad ha comenzado a tomar la justicia por sus manos y estamos ante una escalada de linchamientos populares (con videos incluidos que son subidos a las redes sociales y en los que la mayoría de la gente se lamenta cuando el supuesto delincuente sobrevive y no lo queman vivo como sucedió y filmaron hace una semana en Caracas).
En fin, una descomposición brutal y masiva de la vida y los valores humanos en Venezuela nos ha devuelto a tiempos primitivos. Más que en un país, nos movemos con limitaciones en una tierra sin ley, en un entorno de sobrevivencia muy parecido al de una guerra asimétrica.
De acuerdo con expertos en el tema, un número aproximado de sólo 70 mil criminales son los que se dedican día a día a someter a toda la sociedad, directamente o a través del miedo.
El enfoque que de este problema tiene el gobierno en funciones desde 1999, parece ser una de las razones fundamentales de su gravedad. La revolución considera al delincuente como una víctima del capitalismo y no al agresor y en este sentido, no quiere reprimir sino proteger y tratar de incluir. Así hemos pasado por más de 20 planes nacionales de seguridad y hemos sido testigos de cómo un enorme reparto de ayudas sociales sólo han agigantado el problema.
El sistema de justicia es un verdadero desastre fuera de control. Si bien ya lo era hace más de 20 años, las dimensiones de la arremetida criminal solo lo han arrodillado y lo han ridiculizado al extremo. Se estima que entre un 5 y 10% de los casos son juzgados. Una impunidad superior al 90% es sólo otro aliciente para delinquir.
El sistema carcelario, diseñado para 15 mil “privados de libertad”, alberga a cerca de 45 mil. Nuestras cárceles no rehabilitan. Simplemente son sedes especiales para organizar delitos. La auto-gestión comunitaria de estos recintos que ha sido establecida por las trasnochadas mentes de funcionarios, comunistas unas y corruptas otras, han popularizado una camada de líderes prisioneros, denominados “pranes”, que han hecho de estos recintos un gran negocio con varios socios, centros de extorsión repletos de armas de guerra y desde donde se siguen controlando los hilos de la criminalidad que por ahora está ganando la guerra.
Una de las paradojas más grandes de este gobierno, plagado de militares, ha sido permitir que todo un país esté siendo sometido. Las facciones comunistas han impuesto su visión de la solución y no asumen las consecuencias de los pésimos resultados. Las facciones militares han impuesto algunas medidas y han diseñado operativos de "barridas" de algunas zonas con ajusticiamientos incluidos, sin embargo, las evidentes contradicciones en el control de la situación no están generando los resultados esperados.
Si hay un problema que debería justificar un inmediato cambio de gobierno es éste de la inseguridad, sin embargo, los dolientes, a pesar de contarse por millones, siguen dispersos tratando de buscar más dinero todos los días para intentar conseguir la poca comida y medicinas que se requieren para sobrevivir y seguir corriendo a la casa cuando comienza a oscurecer.
¿Amanecerá? ¿Veremos?