Ojalá y
Venezuela se enderezara con un cambio de gobierno. Muchos están convencidos de
que cambiándolo, cambiará nuestro destino. Ojalá y ellos tengan la razón, sin
embargo, creo que nuestra realidad es bastante más compleja.
No creo que
a Venezuela le iba bien y llegó este “proceso” y sólo por administrar muy mal
durante 15 años, nos torcimos (por decir lo menos). Creo, sin duda, que este
modelo ha hecho más daño que bien y ha destruido más de lo que ha aportado, sin
embargo, lo más triste, decepcionante y peligroso es que pienso que nuestra
sociedad ha estado enferma hace mucho tiempo y, a pesar de que este modelo la
ha enfermado más, un cambio de administradores pareciera que no la curará mágicamente.
Vuelvo y
repito, independientemente de que nos merecemos un cambio de administración,
sólo eso no nos cura porque a pesar de lo malo que resulta el
desabastecimiento, las agresiones a la disidencia, el que se coarte cualquier
iniciativa independiente del gobierno, de lo terrible de la siembra y exaltación de la
informalidad, la incompetencia y tantos otros pésimos indicadores que se han
hecho costumbre, la gente (la mayoría y a veces casi la mayoría) le ha seguido
votando a este desastre. ¿Por qué eso ha estado sucediendo?
Cualquier
sociedad medianamente sana ha sabido reconocer quién le hace mal y ha decidido
como cambiarlo, votando o botando. En Venezuela, insólitamente, no ha pasado esto.
Como no, ha habido momentos malos para la revolución y, sólo en esos peores
momentos, la oposición ha obtenido entre 2 y 4% más votos que el gobierno. Esto
es un terrible síntoma de la grave enfermedad o enfermedades que nos están
consumiendo.
Más allá de
que Maduro haya ganado o perdido por pocos votos, no encuentro explicación a que
siquiera se haya acercado a la opción que Capriles presentó en 2013. O mejor
dicho, la explicación que he encontrado es la de una sociedad tan enferma que ya
no es capaz de reconocer lo que le hace daño. Ni hablar del 54% del gobierno en
las Regionales de diciembre.
He esperado
muchas semanas para escribir esto porque es un diagnóstico que me resulta
desagradable y decepcionante, sin embargo, luego de mucho pensarlo, siento que
debo compartirlo para llamar a la reflexión e intentar conseguir tu opinión,
bien porque estemos de acuerdo o para que me ayudes a entender mejor lo que nos
pasa.
En mi Venezuela,
antes y ahora se ha robado de frente o pasivamente (los funcionarios, los que
le venden al estado, los banqueros que fregaron a Caldera –o a todos nosotros- y
los que pagan y los que cobran por una pensión del Seguro Social). El
hacinamiento en las cárceles es una vergüenza que habla mal de nosotros desde
que tengo uso de razón. El irrespeto a las leyes y el egoísmo ante lo común son
terribles características que nos acompañan hace rato. El abuso de poder, el
tráfico de influencias y el nepotismo son viejas costumbres por estos lados. El
bote de escombros en la vía pública, el lanzar la botella por la ventana y el mear
detrás de la matica, eran y son. Si choqué y tumbé un poste, me doy a la fuga y
si me atrapan, soborno. Nos encanta comprar dólares baratos y venderlos lo más
caro posible… desde hace más de 30 años... ¿y el Bolívar?... bien, gracias.
Al repasar los últimos Presidentes que hemos tenido, me encuentro con que hemos escogido el que más víctima
nos consideraba y el que más reparto nos ofreció en su momento. Y cuando votamos a CAP por
segunda vez y nos trajo una opción seria para enderezarnos de verdad, lo
sacamos y lo mandamos para su casa. Parece que nos gusta lo más fácil siempre,
nos gusta que decidan y resuelvan por nosotros, nos gusta el que toma caña y el que
tiene amante, en fin, nos gusta nuestra mamarrachada tal como está y,
sobretodo, nos gusta más si no nos cambia mucho nuestro "porque me da la gana".
Pero esta reflexión
no puede despedirse de manera tan oscura y derrotista. Debe haber una luz por
algún lado para cambiar y mejorar. Y la hay. Pues bien, sobre esa luz voy a
escribir en la próxima entrega.