sábado, 31 de enero de 2015

Reciclando el futuro

Cuando en una economía suceden grandes rupturas, un porcentaje de la población queda al margen del futuro. Así pasó con la revolución industrial y mucho más recientemente, por ejemplo en España, por la debacle inmobiliaria. Entre los 4,5 millones de desempleados españoles, un porcentaje significativo fueron empleados de la construcción, la seguridad, el comercio o tenían empleos con baja calificación y por eso, entre otras razones, les está costando tanto salir del paro. 

En las nuevas realidades económicas suele no haber suficientes oportunidades para este perfil de trabajador y los programas de reinserción no están funcionando como deberían. La reconversión, de ser posible, rescata a un porcentaje de la gente pero lamentablemente, los que no pueden o quieren reciclarse, difícilmente disfrutarán el nuevo patrón de oportunidades y pasan a una lista de excluidos: dependientes del estado (con suerte) y/o abrazados a un futuro de pobreza.

Tanto el estado de bienestar de una sociedad como nuestra propia y humana zona de confort, son dos enemigos del cambio y la prosperidad. “Quedé desempleado hace 5 años pero no me muevo hasta recuperar mi mismo empleo y la calidad de vida de antes

Ahora bien, los desempleados absolutos que tienen o adquieren competencias para emprender en una nueva economía post-ruptura, transformarán nuevas ideas o viejas necesidades en pequeñas y medianas empresas. El resultado podría ser, al cabo de pocos años, un futuro como emprendedores mucho mejor al que hace unos años podía esperarles como empleados o al que más recientemente tenían, procurando sobrevivir con las ayudas del estado.

Cuando vemos hacia Venezuela o hacia cualquiera de nuestros países con mucho desempleo y una enorme porción de economía sumergida, la esperanza de un cambio mayor se facilita, se hace más grande y posible.

Aunque se publicó hace 3 días que el desempleo absoluto agobia sólo al 5,5% de la población económicamente activa de Venezuela, un enorme 17%, según cifras oficiales, vive de ocupaciones informales. A diferencia de muchos países, incluyendo a nuestros vecinos, Venezuela dejó que se desarrollara la informalidad porque básicamente hemos abusado de la renta petrolera como principal ingreso y hemos despreciado la inclusión productiva de la gente (y los impuestos que generaría) por prepotencia y porque va en contra del modelo rentista-populista que se necesita para mantener a un pueblo dependiente y a un modelo político que lo aprovecha.

Si tomamos como cierto el hecho de que al menos 2 millones y medio de venezolanos son productores informales de sus ingresos, hablamos de 2,5 millones de pequeñas empresas que con planificación, formación, apoyo y disciplina son capaces de generar un cambio económico de grandes proporciones para el país y por eso reinvindico la economía informal.

Pensando en los que quieren salir del desempleo y la informalidad, en Venezuela tenemos que elaborar un plan de desarrollo con menos estado y con más ciudadanos. Pienso que el modelo educativo superior está obviando un desarrollo profesional moderno, pragmático y efectivo que desarrollaría técnicos altamente necesarios y productivos en 1 ó 2 años (componedores de software, diseñadores gráficos, analistas de mercadeo digital, editores digitales, atención al cliente, redactores, etc., por sólo mencionar algunos de los sectores que demandan profesiones modernas). Hay un porcentaje de jóvenes que quiere y debe seguir apostando por una cerrera universitaria tradicional pero otro grupo, de jóvenes y de adultos que quieren reciclarse, quisiera formar parte de nuevos programas de capacitación para ocupaciones de presente y futuro en las que las tecnologías actuales tienen que ver más que la formación  tradicional.

Humildemente, apoyaría varios cambios en la educación venezolana: recuperar los bachilleratos técnicos, tener centros diurnos de formación totalmente rediseñados para bachilleres que no quieren seguir una carrera tradicional y, en los mismos centros pero en otro horario, recibir adultos que buscan reciclarse. En Venezuela sabemos que tenemos millones de personas que demuestran todos los días que producen por su cuenta y que han sabido construir y manejar negocios propios. Ya lo hacen hoy con éxito en muchos casos aunque de manera informal.

Es momento de dejar de actuar como el papá sobreprotector que menosprecia o desconfía del potencial y la capacidad de sus hijos, para ser un estado promotor y nutritivo que confíe e invierta más en las potenciales y el desarrollo productivo de su gente.

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